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Esta presentación fue escrita y publicada mucho tiempo antes de que glosario, revista al margen, fuera concebida. Era pues una glosa  —compuesta de glosas— que buscaba un texto del cual ser comentario. Las líneas que formarán este sitio serán ese texto primario, constantemente en transformación, que dirá lo que la suma siempre en aumento de sus partes nos depare:

I
En El libro de cabecera, de Peter Greenaway, la protagonista, Nagiko experimenta un intenso placer cuando una elegante caligrafía acaricia su cuerpo, disfruta tanto del recorrido que el pincel hace por su espalda, sus muslos y su senos, como de la calidad del trazo. Durante años ha buscado en sus amantes un equilibrio entre el arte de la escritura y la destreza sexual. Jerome, un traductor con mala letra, le propone a Nagiko un cambio radical: que sea ella quien lo utilice a él como hoja en blanco. Al principio Nagiko se rehúsa, pero la idea le resulta tan atractiva que comienza a experimentar. Una colección de amantes ocasionales se convierte en el borrador de la incipiente escritora.

Nagiko decide publicar un libro después de comprobar que escribir en sus amantes es tan satisfactorio como servir de lienzo. El manuscrito es rechazado. Sin embargo, ella idea una estrategia para lograr la publicación. Además de omitir el nombre de la autora, el siguiente texto será presentado en el cuerpo de Jerome. Una vez acordado el plan, Jerome y Nagiko inician un periodo de aprendizaje, y utilizan sus cuerpos para hacer el amor y para trazar versos. El nuevo libro de Nagiko surge del intercambio, de la escritura y su respuesta, del placer de escribir y ser escrita. Desde luego, es aceptado.

II
Uno de los mandamientos modernos, quizá el décimo segundo o el décimo tercero, dice (“reza”, sería mejor): No rayarás los libros. No obstante, como toda buena regla, no falta quien la toma al pie de la letra y supone que cualquier intento de invadir la página con nuestros trazos merece la condena al infierno. Si bien “rayar” un libro de biblioteca podría ser, aunque no siempre, una grosera falta de civilidad; escribir, dibujar, subrayar un libro propio no sólo representa un gozo, sino que es una práctica de probada raigambre. Hay idiomas que han nacido a las orillas de los textos: las glosas emilianenses —durante mucho tiempo consideradas como el acta de nacimiento del español— son notas al margen con las que el monje copista aclaraba un término o explicaba algún pasaje del texto. Una de las grandes odiseas de las matemáticas nació también como un comentario al margen: en 1637, Pierre de Fermat anotó un teorema en su copia de la Aritmética, de Diofantes, y agregó que aunque contaba con una maravillosa demostración, el margen era demasiado estrecho para exponerla. Esa pequeña nota provocó una búsqueda fabulosa que involucró a algunas de las mentes más brillantes de la historia de las matemáticas. Más de trescientos cincuenta años después de que Fermat rayara su libro, los británicos Andrew Wiles y Richard Taylor publicaron los artículos que daban por terminada la búsqueda.

III
Una nota del New York Times (“Book Lovers Fear Dim Future for Notes in the Margins”) trata una minúscula e importante consecuencia de las nuevas tecnologías. Con la migración de los textos a los formatos digitales, el futuro de las glosas se ha vuelto incierto. Aunque los readers y las computadoras permiten al lector hacer subrayados y agregar notas, la naturaleza dinámica de los soportes digitales hace previsible que muy poco de lo que agreguemos a los libros que leamos sobreviva. Esto, por supuesto, no preocupa a quienes suponen que el libro es un objeto sagrado e intocable que no debería ser mancillado por nuestras plumas. Pero quienes asisten a la biblioteca Newberry en Chicago a leer las notas que Mark Twain hizo en un libro por demás intrascendente saben que los textos se transforman y se enriquecen cuando un lector decide hacer realmente suyos los libros.

IV
Leer bien, sea un libro, una película, una mirada, es un acto de apropiación; el comentario serio de lo leído, una confesión de deslinde. Poseer un texto implica recibir y dar, la lectura es un canal de doble vía, una posibilidad de diálogo. Si bien compartimos el temor de que el galano arte de rayar los libros desaparezca, presentimos que los dialogantes sabremos solventar el problema y encontrar alguna maravillosa manera de responder ante lo que leemos, así sea recorriendo con el pincel las espalda y los muslos  de una mujer o un hombre que disfruten la caligrafía; así sea depositando el resultado de la batalla entre empatía y rechazo en un sitio pomposamente denominado revista.