por Ía Navarro
Mano, mano que escoge y delimita
que agarra con voz de uña
uno de tus bordes.
Boca, tan obvia boca
que amaga tragos de mi voz
trabajando tu garganta.
Tetas.
Vientre.
Coño.
Coño, siempre coño
hendidura, hoyo, coño
lago, pozo o caverna, al fin coño
simple y palpitante pulpa
a donde apuntala tu filo.
Muslos llenos de burocracias y peripecias.
Rodillas a la cordillera de la luz
que apunta tu camino.
Chamorros.
Pies,
patas ásperas llenas de gateos y babas
que todavía te buscan
que todavía te caminan por detrás
ofreciendo la armadura pesada de su sueño
con su olor a cáscara de calostro fresco.
Y eso:
la piel
plegada, canalada, desvencijada,
piel que sabe de memoria
la estampa que te impregna:
mi cuerpo.