por Ruth Brenes Pedroza
I. Dolor (fragmento)
4:00am despierto empapada en sudor frío, temblando tanto que me convierto en una vibración. solo una. el dolor empieza en la cabeza y no se detiene hasta que tiene todo el territorio explorado: mi cuerpo. no tengo cuerpo, soy uno. serlo ha sido un descubrimiento acompasado del dolor. descubrir un músculo es saber qué tanto puede doler. sentir mi cabello es lograr que duela. las uñas se estiran y en su movimiento los dedos duelen. siempre he sido cuerpo, desde que nací, azul y sin dar la primera inhalación de respuesta automática esperada. soy cuerpo. sin mediación. aquí soy. un cuerpo es un objeto que ocupa un lugar en el espacio, un volumen. este cuerpo que me soy es volumen de sonido, de poca carne y poca estatura. sonido ahogado de dolor, a veces tras un quejido otras con un silencio. y un disimulo. compañía cotidiana de mí misma. aquí soy. nunca más desnuda que cuando aparece la punzada. aguja de tejer invisible atravesando la carne. ahí está la crónica. en el sentido punzocortante del músculo tenso que soy. se me nota en los ojos. se me endurece la mirada. ser picada por la sensación. y que el sentido de este cuerpo mío es puro envejecimiento. ser cuerpo es ser tiempo en vejez. aquí soy. micuerposiempreviejo. crónicamente. deseo de senescencia. despertar y seguir en la continuidad de la dolencia, hasta los pulmones. querer llenarlos del consuelo del aire. respirar. decir que me rindo pleuresía porque no me alcanza para la pleitesía. y aun así adorar. adorar este cuerpo frágil, vulnerable, resistente que se dobla con el aire. junco de carne. casi sin huesos. encuerpar y que siempre que el cuerpo tenga sentido el dolor esté asomando una pata. pero me resisto (resisto) porque no quiero transformación, más que la del tiempo. quiero este cuerpo que soy. quiero la huella que es mi flacura. la brevedad de mi carne. mía. siempremía. el ímpetu leve que esconde. adorar incluso la flacidez y la escasez de peso. la arruga prematura y la panza ausente. (el deseo de las estrías marcando las diferencias que podrían suscitarse en esta carne y que no lo hacen). estar tan llena de cuerpo leve. aquí soy.
II. Movimiento (un compás)
El cuerpo es el mejor lugar para el gerundio y mi acción continua es bailar. Mi cuerpo bailando. La vida necesita un cuerpo para invadirlo y los cuerpos se moldean según la vida que les toca. Al mío le tocó bailar y estar bailando en coqueteo constante con la disonancia. Un ligero toque de arritmia que me llega a las extremidades, es culpa de un caracol lento en el oído. Me salgo de tiempo y me pierdo un poco de mí misma, pero me recupero. Y es entrar a un lugar por primera vez, aunque sea mi repetición: el movimiento es casi un sitio, un lapso de cordura para una cabeza que no cesa de pensar. Porque no quiero ser pensamiento, elijo el cuerpo que me desafía. Ese escurridizo que quiere hacer más de lo que hace, ese que quiere no saber sino moverse más. Me asiento, entre más me muevo, más peso dejo en el suelo, aunque a veces me gane andar flotando. Quiero reproducirme, como cualquiera pone una canción y le da play. Quiero ser cualquiera en play. Este concierto de órganos en orquesta, entre adentro y afuera, buscando algo similar a la armonía. Similar es suficiente. E iniciar de nuevo, que mi cuerpo sea mi banda de Moebius de la que no puedo salir, que no quiero escape. Quisiera detenerme pero no quiero. Es un deseo singular de un presente imperfecto. El no querer es más grande, porque se mueve. Y este cuerpo es moviéndose, de arriba abajo y a los laterales; soy mi continuum.
III. Contorno (cercanía)
Desde hace años llevo conmigo esto: la piel es una membrana semipermeable. Semi en una cosa completa; no hay nada más entero que una piel. Y una piel se da siempre a pedazos. Mi cuerpo tiene una dimensión específica que se modifica cuando estás conmigo, cuando te pones frente a mí. Y ahí, tu cuerpo (o)puesto, me mira y me transforma. Tu piel tiene ese poder de contacto que deriva en un cambio de la mía. Transformación sutil de pelos erizados, de poros abiertos y preparados para respirarte. Expectantes de ti y de tu movimiento. Y me tocas y el cuerpo se me hace cuerpo dentro del cuerpo. Y se genera un dónde en el que puedes estar, habitarme desde ti dejándome casi intacta. Excepto porque me tocas. Soy una sala de estar con todo y mesita de centro. Sucede un lapso de cercanía, casi de posesión, ese en el que dos cuerpos ocupan el mismo lugar. Tu cuerpo es una membrana semipermeable de la que sólo tengo indicios, las paredes que te toco y los fragmentos que me prestas. Siempre los devuelvo con un ligero aroma de los míos y una capa de saliva buscando la suerte de tus poros abiertos en aras de quedarse en ti. Embajadora inútil. Un cuerpo es irrupción móvil en el espacio y yo la espero sin posibilidad de ansias, solo este mutuo deseo de estar adentro. Es invasión y tú me invades hasta la respiración que se vuelve aire caliente exhalado de ti. Y dejándome tener, te tengo, desde tu cuerpo y el mío abiertos para recibirnos. Somos dos en la una que soy, y te digo que si tu piel fuera naranja, yo sé el sabor de la pulpa. Y te pido que me toques la pierna en el momento preciso en que se me adormece, para que interrumpas el hormigueo haciéndolo más intenso. Sigue apretando y este cuerpo se llenará de hormigas invisibles que generadas de mi cuerpo no llegarán al tuyo, pero que siguen el rastro dulce de tu azúcar. Hormigas necesitadas de agua volverán por donde llegaron y quizá las sospeches en un gesto mío, o te las muestre en una caricia hecha de tu propio deseo puesto en mi mano.