Bioylogía básica

11 abril, 2020

por Mario Sifuentes

Entre la miríada de historias que componen la mitología griega, una de las más conmovedoras es la que tiene como protagonistas a Eos y Titono, una diosa y un mortal que se enamoran y, como sabemos, usualmente la disparidad de condiciones no trae un final feliz. Eos ansía la felicidad eterna para ellos, pero al percatarse de que Titono algún día tendrá que fallecer al ser un humano, le pide de favor a Zeus que le otorgue la inmortalidad a su amado. El padre de los dioses accede a esta petición que trastocaría el orden universal, porque sabe que Eos no fue muy cuidadosa con su deseo. Titono ahora era inmortal, pero no recibió la juventud eterna, por lo tanto, cada año se volvía más y más viejo, sin llegar a morir. Con el lento, pero constante paso del tiempo, su cuerpo se arrugaba, se encogía y se secaba cada vez más, perdía sus facultades y sentidos hasta mejor anhelar su muerte. Eos no puede soportar más la situación, ya no quiere ver sufrir a Titono, solicita a Zeus un último favor y el amontonador de nubes convierte a Titono en un grillo para que viva tranquilo, sin preocupaciones y lo dejan en el campo.

Lo anterior sirve para ilustrar los estragos de alargar indefinidamente la vida humana en un cuerpo que no fue diseñado para ello. Ahora bien, ¿qué pasaría con la conciencia o la voluntad en tal situación? Schopenhauer comentó: “Si le concediesen al hombre una vida eterna, la rigidez inmutable de su carácter y los estrechos límites de su inteligencia le parecerían a la larga tan monótonos y le inspirarían un disgusto tan grande, que para verse libre de ellos concluiría por preferir la nada”. Bajo ese discurso, pero con su distintiva habilidad literaria escribiría Borges “El inmortal” donde el protagonista consigue su deseo de no morir, pero se da cuenta de que el precio a pagar es el envejecimiento no físico sino mental, la razón deteriorada y un desapego con las emociones.

La moraleja de estas historias nos remite a nuestra inevitable transitoriedad en este mundo y al hecho de que cualquier intento por cambiar esta característica no llegara a buen término. Orfeo y Eurídice serán otro buen ejemplo de lo anterior. Sin embargo, es momento de llegar al tema de esta nota, la literatura de Adolfo Bioy Casares y cómo a través de ella ilustró diferentes subterfugios para romper ese orden universal del que hablamos.

En una entrevista realizada pocos años antes de su muerte se le pregunta a Bioy si accedería a la eternidad y éste responde “Sí y sin miedo de aburrirme”. Para ese entonces ya pasaba de los ochenta años. Después agregaría que la vida le parece una función teatral demasiado corta, que la vejez es estar jubilado de muchos placeres y que le teme y repugna la muerte. Bioy hace oídos sordos a la tradición griega, a la filosofía alemana o a su buen amigo Borges.

Esa postura frente a la muerte la llevó la su obra desde La Invención de Morel (1940). Para no tener que demorarnos en detalles, podemos decir que la invención de la que se nos habla es una máquina para lograr la vida eterna. Aunque, las cosas no siempre resultan como se planean. El protagonista de la novela aventura la siguiente reflexión “Creo que perdemos la inmortalidad porque la resistencia a la muerte no ha evolucionado; sus perfeccionamientos insisten en la primera idea, rudimentaria: retener vivo todo el cuerpo. Solo había que buscar la conservación de lo que interesa a la conciencia.”

Esa idea la ensayaría muchos años después, pero al hablar de la búsqueda de la eternidad, en orden cronológico, sigue el cuento titulado “El perjurio de la nieve” (1944) que se volvería a publicar unos años más tarde dentro de La trama celeste (1948) Aquí de nuevo se ensaya la evasión de la muerte de manera rudimentaria como ya se propuso, buscando conservar vivo el cuerpo y, por ende, su conciencia. El método está vez no tiene que ver con la ciencia ficción sino directamente con la fantasía. Si bien el tema se repite, el relato destaca por su entramado.

Dentro del terreno fantástico, pero continuando con el anhelo de Bioy, publica su libro Historias prodigiosas (1956) De aquí destacó dos cuentos: “Las vísperas de Fausto” y “De los dos lados”. En el primero Bioy reconstruye un fragmento de la famosa leyenda germana, enfocándose en el deseo del protagonista por escapar de la muerte a través de sus habilidades en la magia. En el segundo los personajes practican la separación a voluntad de cuerpo y alma. Aquí ya notamos un cambio no solo en los recursos para obtener la vida eterna, sino en enfocarse en una idea platónica y oponer lo material y lo espiritual. De cualquier forma, la supervivencia es el objetivo.

Tiempo después, como un escritor más maduro y ahora mostrando la dualidad entre magia y ciencia, Bioy publica el volumen de cuentos titulado El lado de la sombra (1962). De aquí, otro par de sus textos nos harán patente una vez más la inquietud del argentino. Primero con el relato que le da nombre a la colección, donde uno de los personajes espera la reaparición de su amada muerta. Vemos pues otra evolución de sus ideas primeras. Ahora concilia que, si bien puede existir la muerte, también existe el retorno, en un ciclo cercano a la metempsicosis, aunque en este caso tanto la reencarnación abarca no solo el alma sino toda la persona.

El segundo texto lleva por título “Los afanes” y aquí ensayaría la posibilidad anotada en La invención de Morel. En esta historia, un científico, después de varias penurias en su matrimonio, muere en circunstancias sospechosas. Luego se descubre que había logrado trasladar su esencia a un sencillo aparato, parecido a un bastidor, donde lograría evitar cualquier sufrimiento que conlleva un cuerpo humano. Es importante señalar, que de todas las obras citadas no solo es el tema lo interesante sino el desarrollo de la trama, pues la mayoría de estás logran reflejar el patetismo humano y las dificultades en las relaciones sentimentales, pues a pesar de experimentar con ideas filosóficas todas se dirigen a un marco sensual y emotivo.

Finalmente, por lo que respecta a esta nota, aparecería Historias Desaforadas (1986), otra recopilación de cuentos. Bioy ya tiene más de setenta años y ejecuta, a mí parecer, su mejor compendio sobre el anhelo de aplazar la extinción, y es que lo logra con genial ironía y desde todos los ángulos que ha abordado a lo largo de los años, además de que sus personajes son honestos y directos en sus propósitos. En “Planes para una fuga al Carmelo” se nos plantea una Argentina donde las enfermedades han sido erradicadas y la longevidad aumentada. En “Máscaras Venecianas” se aventuran experimentos genéticos para acelerar las primeras fases de desarrollo humano. En el cuento titulado precisamente “Historia Desaforada” de nueva cuenta se nos plantean las consecuencias de un experimento con el propósito de postergar la muerte de un hombre de edad avanzada. En “Trío” se aleja del lado de ciencia ficción para entrar al territorio mágico y volver al tema de la reencarnación. Todos los textos anteriores, no solo de este volumen sino de los mencionados a lo largo de la nota llegarán a su culmen en “El relojero de Fausto”, donde el protagonista emula al sabio alemán y se somete a diferentes convenios y procedimientos para rejuvenecer y alargar su tiempo de vida. El pasaje con el que termina el relato nos muestra que tiene presentes los escrúpulos sobre la inmortalidad tratados al inicio de la nota y al mismo tiempo cómo los resuelve:

—¿Por qué Sepúlveda no quiso que lo operaran de nuevo?

—Era más inteligente que nosotros. Dijo que no valía la pena.

Olinden se inclinó hacia adelante, como dispuesto a rebatir lo que había oído. Calló y por último dijo:

—No vale la pena.

—¿Qué? ¿Seguir viviendo?

—¿Cómo se te ocurre? Yo, por mí, no me voy del cine hasta que la película acabe.


A través de todo su repertorio literario y remitiendo a aquel famoso emperador chino que se recluyó en su palacio para escapar de la muerte, después de infructuosamente haber ordenado a todo su imperio la búsqueda del elixir de la vida, Bioy trató, por lo menos, de evadir su destino ordenando a sus personajes la misma misión.

 

 

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