por Isabel Cabrera Manuel
El presente escrito no requiere ser leído en orden. Las partes que lo componen van apareciendo conforme las ideas fueron haciéndose presentes, pero no guardan una articulación explícita, al menos no una de la que hasta este momento sea consciente. En ese sentido, los ojos que lean podrán elegir el trayecto que mejor les parezca. Recomiendo, eso sí, leer el escrito completo (si gustan); no por pretensiones totalizadoras o de absolutos, sino por puro amor a la complejidad, de la que estas letras son de hecho resultado, en una tibia noche de insomnio, con el dolor atravesado por toda la cuerpa.
Esta cuerpa que soy, se enuncia en femenino.
Hace algunos años, en un evento de la asociación filosófica de la que soy parte,* me referí a mi cuerpa (supongo por primera vez en público y con micrófono en mano) así, en femenino. Tenía ya un tiempo haciéndolo, cada vez de forma más consciente y estratégica. Recuerdo esa ocasión de manera particular no por un ejercicio de mi memoria, sino por el impacto que al parecer le produjo a uno de los compañeros, entonces miembro de la asociación. Tiempo después, supongo más por el impacto de la enunciación que por que hubiera leído mi trabajo al respecto, el citado compañero me invitó a participar en una mesa de discusión filosófica que versaba sobre la corporalidad, invitación con la que además se cubría la cuota de género.
Lo que para muchas personas es un chiste (eso del lenguaje incluyente o hablar en femenino), para nosotras es un ejercicio político de afirmación y resistencia. Nuestras cuerpas sexuadas demarcan gran parte de lo que será nuestra experiencia en el mundo y para mí es fundamental reconocerlo, no para sellar esencialismos, sino para poder distinguir diferencias y actuar en consecuencia. La diferencia importa. Es en los pliegues donde brota la vida, que no es transparente, sino rebosante de complejidades y contradicción. No es en búsqueda de esencialismos que defendemos la diferencia… Es resistencia al reduccionismo, a la quimera igualitaria del absoluto. También es risa, con toda la boca, la lengua, la corazona… ¡Ah! Qué bien se siente nombrar así, en femenino, sobre todo a ciertas partes de nuestras anatomías: la vulva (que así tenía que ser), la útera (que ya no podría ser de otra forma), la barriga, la cerebra (por favor), las tetas, las piernas, la rostra.
Dicen que lo que no se nombra no existe, y a nuestra cuerpa se le prescribe, pero no se le reconoce. De ahí la importancia de nombrarnos y de hacerlo en femenino. Hacernos de una voz que en efecto pueda articular nuestra experiencia, la vida que vivimos, la que se nos niega, la que deseamos vivir.
Esta cuerpa que soy, canta.
En una de sus canciones más potentes, Nina Simone canta, entre la impotencia y la renuncia consciente, qué es lo que alguien como ella, no tiene. Oda rebelde a la desposesión y a la rapiña, pero también a la renuncia activa, la letra de Ain’t got no, I got life da cuenta de la profundidad de lo que implica ser y vivir una vida precaria. Aunque es la “reina del soul”, Simone es una mujer negra que ha vivió en carne propia esa larga lista de vejaciones de las que da cuenta a través de una voz que, más que canto, marca un ritmo que recuerda a la forma a la que acompasamos la respiración ―o el llanto― para evitar que nos rompa un sentir que está a punto de sobrepasarnos.
La canción va de una en una, dando cuenta de todas esas cosas que la “reina” no tiene; una a una, apenas con pausas que sólo anuncian la siguiente falta, se van agolpando las carencias de todo eso de lo que no debería carecer una vida digna. Cuando la apesadumbre se vuelve ya insoportable, Simone introduce un cambio melódico, de ritmo, de intención, que es un canto de las entrañas:
Hey, what have I got?
Why am I alive, anyway?
Yeah, what have I got
Nobody can take away?
Y ¿qué es lo que tiene, por qué está, contra todo viva y que nadie le puede quitar? Lo que Nina Simone tiene, como reducto último de vida y dignidad es la cuerpa. A partir de aquí la lista cambia, no sólo de lo que no tiene a lo que sí, sino que escuchamos y sentimos el viraje de ese compás resilente a un canto rebelde y afirmativo, en el que lo mismo habla de sus uñas, que de su hígado, su sangre, sus senos, de su sexo…
La cuerpa como frontera, como el territorio en el que se experimenta la vida. Esa nuda vida de la que hablan los filósofos como ejemplo de lo peor es, para quien está acostumbrada a la desposesión, un campo entero de la posibilidad y la resistencia. “I’ve got live, and I am going to keep it…”
Esta cuerpa que soy, goza.
El gusto tiene un sentido, profunda y filosóficamente particular, pero que al mismo tiempo siempre nos coloca de cara al afuera, a lxs otrxs. Esto se debe a que el gusto siempre tiene que ver en primera instancia, con un “algo” que no es una misma. Pero de manera más radical, se refiere a que gozar de lo que gustamos es un sentimiento profundamente subjetivo que si de algo sirve, más allá del goce mismo, es para reconocer las particularidades de las demás subjetividades, su placer y displacer. Gozar es entrar en una dimensión del ethos, que no prohíbe o proscribe el placer, pero nos habla de responsabilidad, del derecho de todas las corporalidades al goce y a la dignidad. Gozar mucho y bien.
Esta cuerpa que soy, cuida, se cuida, es cuidada.
Esta cuerpa que soy, envejece.
¿Han contemplado el acontecimiento de una cana? Las canas no nacen, no crecen: acontecen. No sé las suyas, no voy a hacer de mi cabellera parámetro de las capilaridades. Pero mis canas irrumpen en un cabello ya existente, un pelillo con melanina, común y corriente, y ¡sopas! se afirman ganando terreno. A veces se presentan tímidas y se hacen pasar por un cabellito menos pigmentado, a veces se agarran de las raíces o de las puntas y comienzan a alimentarse del color. No importa cómo acontezcan, en todo caso, son siempre un espectáculo que termina ―más tarde o más temprano―con el regalo de su precioso brillo translúcido.
Esta cuerpa que soy, ríe y ríe con toda la cuerpa.
Esta cuerpa que soy, the battleground.
Nuestras cuerpas son un campo de batalla como bien lo expresa la icónica obra de Barbara Kruger. Lo sabemos: nuestra piel, nuestros pensamientos, sensaciones, deseos, son terreno de “conquista” del mercado, de la moral, de la industria farmacéutica, del espectáculo, de la familia, en suma, del sistema capitalista heteropatriarcal.
No queda de otra, parce, que reconocer que nuestras cuerpas son un campo de batalla que casi hemos perdido y que hay que volver a ganar: no nos pertenece nuestra risa, no nuestra silueta, no nuestros años, no nuestro sexo, no nuestro deseo, no nuestra útera. Pero no tendría por qué ser así. Diría que hay que reivindicar el derecho que tenemos sobre nosotras mismas, aunque no me gusta eso de la reivindicación, que nada habría que reivindicar.
Más que luchar, que no tendría por qué ser, esta cuerpa que soy, resiste. A reclamar lo que nos corresponde de hecho y por derecho. La resistencia a la conquista de las cuerpas al estilo Maris Bustamante: ¡Yo Tarzán, tú América!
¡Fuega, amiga, fuega!
Esta cuerpa que soy, es muchxs cuerpxs
Esta cuerpa que soy es red: así como la piel contiene las órganas, también es una red la que contiene a esta cuerpa y viceversa. Contenedor y contenido: de experiencia de sentido, de memoria, de genes, de costumbre, de rupturas, de silencios o vacíos de muchas otras corporalidades. Sostén, agarre, amarre, punto de fuga.
Cada célula, cada palabra, cada lágrima, cada respiración, cada paso, cada idea, muchxs otrxs cuerpxs.
Esta cuerpa que soy, fue gestada por otra cuerpa. Una cuerpa en otra cuerpa: maravilla. Reconocimiento de la potencia que nunca se actualizará. Vértigo a la inversa de la genealogía femenina. En mi sangre, la suya.
Esta cuerpa que soy, son estas cuerpas que importan
Dice Cristina Rivera Garza en su magnífica novela La muerte me da (en pleno sexo) que “[…] era de suyo interesante que, al menos en español, la palabra víctima siempre fuese femenina.”
Nunca, nunca la ignominia. Adiós a la fantasía de la distancia, que hay cosas que, como cuerpa, se aprenden y no pueden olvidarse. Como no pasar por alto que cuerpas son también esas que, bajo un impío sol de desierto se descomponen, tras haber sido descompuestas: mutiladas, violadas, sin sus senos, agredidas hasta el último aliento, sin nombre, sin familia, sin justicia, sin afecto.
Las encontramos allí, en el descampado, en el trabajo, en sus casas, a la vuelta de la esquina, en el hotel, en las escuelas, en basureros: sin vida… O a veces, muriendo: en basureros, en las escuelas, en el hotel, a la vuelta de la esquina, en sus casas, en el trabajo, en el descampado, las encontramos allí.
Importan.
Esta cuerpa que soy, aprende e ignora.
Entre quienes alaban la memoria o hacen del olvido un síntoma de salud, acá nos concentramos en ver qué aprendemos de lo muchísimo que ignoramos. Qué se queda o qué se va perdiendo, eso la cuerpa con sus sabios límites y resistencias lo irá definiendo, lo que le haga sentido.
Esta cuerpa que soy, se duele.
No es tan fácil dolerse. Se requiere para ello de cuerpx y algo de empatía. A veces somos sólo relativamente conscientes de lo primero; a veces, completamente carentes de lo segundo.
Esta cuepa que soy, baila.
A veces sola, a veces acompañada, a veces en pareja, casi siempre con música, pero a veces sin. A brincos, despacito, de manera casi imperceptible, con los ojos cerrados, en la casa o en la fiesta con bebida en la mano. Pero siempre con gusto, siempre con ganas, baila, baila, baila.
Esta cuerpa que soy, es finita.
Y punto.
Esta cuerpa que soy en tercerapersona.
Qué risa hablar, escribir, tercerapersoneando. Pero es que esta cuerpa que soy es otra, no soy yo, no me pertenece, es todas, es nadie, es carne, es intrusa, es afuera, es un chiste, un estornudo, las sábanas de la cama, la luz entre las hojas de los árboles, la sensación del agua o de la tierra, una morada, el insomnio de los últimos años, el hueco permanente en la estómaga que se ha aprendido a ignorar, el abrazo de la madre, la mirada perdida, unas letras, el estremecimiento, el teclado en la punta de los dedos en el teclado en la punta de los dedos, carcajada, calor, deseo, cansancio, un ruido, peso.
Esta cuerpa que soy, no es un yo.
*Asociación de Estudios Éticos y Filosóficos de Aguascalientes A.C., la querida AEEFA, uno de los proyectos de más largo aliento y más queridos en los que me he involucrado. Vayan a nuestra página web donde también tiramos rollete: https://aeefa.org.mx/