por Burky Thompson
Este día también va mal. Una ocasión anterior a esta ya había durado una temporada considerable sin dormir. Comenzó poco antes de conocerla, tenía las ojeras más grandes que he imaginado. Yo trabajaba en una librería en el centro de la ciudad y mi escritorio le daba la espalda a los libros, éstos siempre me representaron algo más que una sombra monstruosa. No era como vender alimento, pensaba, porque si bien éste me ayudaba a seguir viviendo no me daba una razón para ello; los libros tampoco, ellos incluso me arrebatan las razones, me someten a cosas que no existen, ellos se alimentan de mí. En ocasiones como ésta ingiero alimentos únicamente porque me ahueca de inapetencia la idea de morirme de hambre, así también leo, considero que es culpa de las palabras y con frecuencia he dejado de leer por su imposible digestión, son agujeros hasta que ocurren.
En aquella ocasión tampoco podía leer sin dormitar, por lo que se volvía molesto, casi imposible, no distinguía entre los libros, los sueños y lo que en verdad ocurría, justo como ahora necesitaba una de esas distracciones en concreto, la del descanso. Jamás he leído algo que me haya hecho feliz, solo puedo concentrarme y terminar de leer cosas que me abisman en un rumor agrio, he reído muchísimo sí, pero siempre a costa de ejercicios ingeniosos que me exaltan el logos, mi risa favorita me la provoca la ironía, las demás regularmente las expelo por compromiso o por habilidad social y pienso que es muy posible que la lectura sea un lugar exclusivo para los infelices. Todavía puedo leer sus ojeras, dormido y despierto, incluso en este limbo.
La escritura, por su parte, es una perversión porque se parece más a un despojo crónico de imposibilidades, pero no hablaré de ello. Justo ahora tengo un problema con la música, no la soporto, o más en concreto a las canciones, ninguna excepto a una. La mayor parte del día estoy en silencio, es más complicado conseguirlo y me avoco a no generar ningún sonido, incluso controlo el volumen de mi respiración, no creo que el silencio sea un concepto después de la vida y no quiero perdérmelo aquí, adoro en verdad sus escenarios desoladores, sus axiomas son la inefabilidad de las palabras, se pueden decir, inferir, pero no existen, se cuidan en libros y en bocas, hasta que ocurren como si se abriera una llave del agua en un día de ensordecedor frío. La risa de ella es lo único que puedo escuchar sin que me cueste demasiado trabajo, solo tuve que escucharla una vez y es esa misma risa la que recuerdo siempre, aunque también colecciono todas las demás, de ellas aguzo la inminencia: ella es como uno de esos libros de los que no me puedo soltar, me hace sentir que me leo a mí, ¿qué tipo de palabra es la risa?
Me dijo que creía que las bibliotecas eran para la supervivencia de la especie. Sin saberlo yo había juntado por años una biblioteca en ese sentido estricto, en cuanto llegaban nuevos libros me quedaba con los que me interesaban, esto se determinaba después haber leído sus primeros dos párrafos, el tiempo apremiaba, todo estaba siempre a punto de reventar, si no me gustaban para entonces los dejaba, también dejaba los que tenía repetidos o los que sabía que se iban a vender por ser clásicos: me gusta esquivar esos pesados tomos, recurro a ellos para ojearlos con cierta irreverencia en sortilegios o porque hay poemas que debo volver leer para cerciorarme de que son verdad, que no los he soñado, como los truenos y la lluvia que la hicieron permanecer en la librería ese día, aceptando un expreso, mis cigarros y las estupideces que aduzco con la libertad de un apestado. Yo vivía al lado de la librería y pensé que mis libros se estarían mojando después de que mencionó lo de las bibliotecas, qué otra regla de supervivencia debes recordar antes de debes cerrar las ventanas de tu departamento cuando es un día nublado, sobre todo porque sabes que la vas a conocer.
Yo creo que las bibliotecas deben ser un delirio, le dije mientras recogíamos a Adoum y a Arlt empapados, arruinados, a Pavese en una edición de Penguin, a Gargantúa y Pantagruel, a Barbey D’aurevilly, La capital del dolor, Una temporada en el infierno, 2666: al sostener este último se le ocurrió que debíamos colgarlos en el tendedero y debíamos abrirlos y secarlos página por página para que no se pegaran sus hojas y quedaran confundidos en sus palabras sufriendo de locura para siempre, le dije que había robado mis palabras, aunque nunca he creído que puedan pertenecer a alguien tampoco. Le daba risa lo mismo que a mí.
No cabían en los tendederos así que los distribuimos en el piso que tuvimos que secar previamente, un ventilador de techo nos ayudaría con la empresa, le dije que por suerte tenía insomnio así que cuidaría de ellos adecuadamente. Por error, después de haber recostado esa inmensa alfombra de libros, nos dimos cuenta de que habíamos bloqueado la salida del departamento, solo teníamos acceso a la cocina y a mi cuarto. En la cocina había café y ella dijo que se quedaría a secarlos porque esa había sido su idea y no dejó de contar más ideas que jamás abandonarían mi departamento durante toda la noche, recuerdo cada una de ellas con fidelidad porque se me hizo costumbre adorarlas. ¡Claro!, ¡su risa!, lo había olvidado todo. Qué otra regla de supervivencia debes recordar antes de no olvides nunca dejar abierta y sola la librería si sabes que lo confundirás y olvidarás todo porque te enamorarías de ella aunque fuese de otra especie, zoofílico de shit, te enamorarías de ella aunque fuese una pistola, un planeta, aunque fuera el diablo, aunque no tuviese esa misma risa.
Llamé a un amigo que trabaja en unos locales contiguos y me ayudó incluso a cerrar también la puerta de mi casa, me dijo que estaba loco y yo se lo creí con gusto porque una palabra por primera vez nos había unido a ella y a mí, pensé que era muy pronto y no se lo dije a ella porque soy cuidadoso de sonar como un imbécil en frente de la gente cuando apenas me están conociendo, me dan grima las palabras cuando solo suponen y estaba cómodo con el silencio que ambos estábamos creando.
Cuando despertó yo acariciaba un sortilegio y así como hacen las palabras, me llené de hoyos el cerebro toda la noche imaginando que era su cara lo que acariciaba, pero era una línea de Borges que mi dedo y mis ojos cerrados eligieron: “El número de símbolos ortográficos es veinticinco”. Ella hizo también un sortilegio en el mismo libro y su dedo eligió “Corrimos una especie de carrera con la tormenta. Entramos en un callejón que se ahondaba entre dos veredas altísimas de ladrillo”. Puedo recordarlo todo como si lo estuviera escribiendo. Al poco tiempo se mudó, no podíamos separarnos, no existía otra cosa que pudiera llamar mi atención, no conseguí dormir más de una o dos horas al día durante una corta temporada más. Y si dormía la soñaba. La única abstracción del tiempo, la he experimentado por medio de los sueños, incluso los relojes me confunden, eso es malo para un negocio, sobre todo para uno de libros.
Siempre he tenido premoniciones e incluso muchas de ellas se las compartí. Una vez soñé que hacíamos un viaje a una ciudad desconocida, un vago se acercaba a ella y comenzaba a cantarle una canción, ella reía y como conocía la melodía se puso a cantar y a bailar con él, su risa inmensa siempre. Abrí los ojos y la desperté a besos para contarle todo, cada palabra era interrumpida por uno y otro beso, a veces hacía trampa y la besaba silábicamente. La mañana entró por la ventana mientras provocamos nuestro primer orgasmo, quedamos empapados y en vez de secarnos, sin palabras, decidimos mojarnos todavía más hasta que la mañana saliera por la misma ventana y nos dejara solos para dormir, las exclamaciones en el sexo son palabras genuinas porque están ocurriendo realmente, no son como las demás palabras, no sufren de tiempo ni de su débil posibilidad, de esperarlas hasta que pasen y sean de verdad.
Yo soy una palabra sorda atorada en el tráfico de los días, como mis premoniciones. Cuando ocurrió mi sueño le recordé y no pudimos creerlo del todo, actuamos como si no nos importara, como si fuese un suceso más, ignoramos que el tiempo son sucesos ya determinados que esperan ocurrir y que son imposibles de evitar, no había duda de que era la misma canción de mi sueño, el mismo vago, la misma ciudad. La única canción que soporto es esa. Habíamos viajado solos y teníamos un mismo problema, los dos ya éramos presas de la inminencia, solo palabras genuinas nos compartíamos aunque no estuviéramos teniendo sexo, solo hablábamos de nosotros, solo nos leíamos a nosotros, éramos lo único que ocurría. La distancia hizo lo que hace con las personas hasta que ocurre, es como el otro tipo de palabras que son genuinas, son sordas y pueden permanecer ocultas mucho tiempo si se sabe ignorarlas o si se desconoce totalmente su razón, yo todavía no hallo forma de explicar que me duele un vacío, que esto es una pesadilla, lo he reescrito miles de veces.
Antes de irse me regaló una máscara negra de madera, llena de hoyitos. Tomé esta libreta y escribí palabras que me recordaban a ella, aunque no estaba conmigo y aunque ya podía dormir no conseguía leer, mi atención seguía pegada a ella. Recorté las palabras e hice rollos muy pequeños con los papeles para tapar los hoyos de la máscara y la puse en lo más alto de mi librero, donde no estaba nuestra foto.
He repasado hoy también cada libro de mi biblioteca personal, desde ese día cuando quedó inundado mi departamento tuve que tirar varios ejemplares que no resistieron la humedad y con frecuencia debo agregar más a la lista, la verdad poco me importa ahora, ya no he agregado otro siquiera, por miedo a que enfermen. Necesito ayuda para cuidar mis libros. Mi cabeza se llena de hoyos cada que pienso en ella, la profundidad de éstos me ha hecho sentir también vacío el estómago, mi boca y mis manos. Mis ojos se clausuraron solos. Hoy noté también que la máscara tiene nuevos agujeros, pienso que me estoy volviendo loco y que los hoyos los estoy provocando yo, creo que las palabras se me están pegando en la ideas para confundirse y hacerme perder todo sentido, no puedo dejar de reír por la idea, pienso que no es un agujero sino una tormenta lo que se abisma dentro de mí.
Este día va mal. Hace unos días, antes de este malhadado insomnio, pude soñarla, la vi entrar por esa puerta y yo estaba aquí mismo intentando escribir, leer o dormir, estaba sonando esta misma canción con la que me torturo. La librería quebró y lo comprendo, cómo puede leer alguien con tanta distracción y soledad, cómo puede alguien trabajar así. Espero que el sueño ocurra antes de que las termitas de la máscara se coman todos mis libros, no me moveré un céntimo hasta que se llenen de hoyos como yo.