por Cynthia Y. Aguayo Medina
Je suis l’espace où je suis
Noël Arnaud
Somos los espacios que habitamos, los espacios que colmamos de acciones y somos los actantes que se desenvuelven en él y lo dotan de significado. Nuestros espacios contienen cargas simbólicas.
El espacio se abrevia en un lugar y este último surge de la semantización de cierto espacio. Y tal como menciona Aníbal Biglieri “los lugares no son espacios abstractos, sino sitios dotados de valores específicos, que remiten a una ‘visión de mundo’”. Por tanto, ningún espacio es vacío, desprovisto de significados o valores: los objetos en él, nosotros como personajes al habitarlo, nuestra ubicación o desubicación, los desplazamientos, la percepción espacial, la apropiación del espacio, todo ello apunta a una configuración del espacio y a una red de significados.
Durante toda nuestra vida los resignificamos y éstos cambian conforme lo hacemos nosotros, algunos podrían parecer inamovibles, estáticos en su fundamento, mas no, no son entidades fijas.
Existe un espacio, un mero locus (lugar) o setting para algunas personas, la biblioteca. Sin embargo, para mí únicamente existe bajo la categoría de espacio dado que implica significados y relaciones más complejas en mi historia. Y así, dinámico, ha conquistado valores distintos con el paso del tiempo.
El espacio vital. La biblioteca. Mis primeras visitas a ellas comenzaron aproximadamente hace 24 años. En un inicio quizá fungían como meros settings, sin embargo, poco a poco adquirieron otra categoría. No recuerdo con exactitud dónde comenzó la red de significados, si en la biblioteca de mis padres o en la biblioteca pública Mauricio Magdaleno en Zacatecas, quizá fue en ambas de forma simultánea. La biblioteca de mis padres despertaba en mi hermano menor y en mí una curiosidad inexplicable, aunque todas las tardes hojeáramos el mismo libro sobre fauna y fauna marina, Los secretos del mar, el fascinante mundo de islas y océanos (1982). Cuando el aburrimiento nos rebasaba solíamos refugiarnos en la biblioteca a leer lo mismo todos los días y delineábamos las fotografías del libro y repetíamos como consigna todas las especies, nos podíamos abstraer completamente. Estábamos impactados y el tiempo en ese espacio andaba rápido, de pronto era hora de la cena.
Tiempo después nuestros intereses crecieron con nosotros. La biblioteca estaba repleta de libros de química, bioquímica, biotecnología, fisiología vegetal, tecnología de alimentos, manuales de laboratorio, instrumentación aplicada, ciencia de los alimentos, bacteriología, libros de cocina, libros de primeros auxilios, sobre reglas de ortografía y español. Yo decidí leer todos los libros de cocina, después los de primeros auxilios, y así, casi leí el directorio telefónico porque no entendía nada de los demás libros de mis padres.
Queríamos leer como leían mi abuela paterna, mi padre, mi madre, pero los títulos de la biblioteca de estos últimos eran imposibles para niños de ocho y nueve años. Mi hermano tomó otro camino; yo, sin embargo, quería leer, leer y leer, engullir todo. Así, la solución que encontraron fue llevarme a la sala infantil de la biblioteca pública Mauricio Magdaleno antes ubicada en lo que ahora es la Casa Municipal de Cultura de Zacatecas.
Desde entonces no existió vuelta atrás, no sobrevino otra manera ni otro camino, habité ese espacio, me absorbió y todo fue resignificado. Las sillas, las mesas, los estantes pequeños, los libros a mi alcance abrían posibilidades infinitas, así todos los objetos que ocupaban el lugar se espacializaron, no eran decorado, sin embargo, por sí mismos no arrojaban una visión o percepción de mundo, tuvieron que ser aceptados, investidos y significados por mí.
Aún conservo mis primeros libros. Me apropiaba de espacios en casa de mi abuela, la antigua cocina me servía de biblioteca. Sin saberlo resignifiqué el espacio y trastoqué sus funciones, donde se almacenaban artículos viejos, donde se cocinaba, donde las polillas atacaban toda la madera edifiqué mi búnker, mi espacio y refugio. Ahí a mis nueve años comencé a leer poesía sin comprenderla del todo. Leí de forma frenética, en voz alta, fui voraz, leía a Gaspar Núñez de Arce, Bartolomé Leonardo de Argensola, Luprecio de Argensola, Ismael Enrique Arciniegas, Manuel Acuña, Amado Nervo, Manuel Carpio, Manuel Gutiérrez Nájera, Delmira Agustini, García Lorca, Manuel José Othón, José Martí, Antonio Machado, entre otros. Muchos de ellos provinieron de librerías a las que acompañábamos a mi padre, otros de ferias del libro.
Con el paso del tiempo y sobre todo gracias a licenciatura que elegí formé mi propio espacio, uno que sí me pertenecía en plenitud: mi biblioteca, mi espacio concha, nido, según Bachelard en La poética del espacio. Mi espacio más interiorizado y el más dotado de carga simbólica. El receptáculo de mis obsesiones, dudas, intereses, de mí misma. Mi jardín que se bifurca, se repliega, mi espacio vegetal y cardinal. Mi espacio de ensoñación y de acción, donde leo a otros o donde me leo en otros como diría José Emilio Pacheco.
El propio cuerpo es un espacio, yo soy mi biblioteca y la de mis padres, soy la Mauricio Magdaleno, yo habito en todas, me construyo a la vez que me resignifico. Me lleno y me vacío a través de ellas, contengo, expulso. Mi biblioteca habla por mí y se reedifica cada vez que ingreso yo misma alcanzo múltiples significados. Soy el espacio donde estoy. La biblioteca.
Bibliografía
Biglieri, Aníbal. “Espacios narrativos medievales: propuestas para su estudio.” “De ninguna cosa es alegre posesión sin compañía”: estudios celestinescos y medievales en honor del profesor Joseph Thomas Snow. Vol. 2. Coord. Devid Paolini. New York: Hispanic Seminary of Medieval Studies, 2020: 24-37.
Me encantó tu texto, muchas gracias por compartir de forma genial tu espacio, el de la lectura, el de tus significados. ¡Felicitaciones!