por Noemí Martínez
Del año 2001 no recuerdo gran cosa. Tengo presente que concluía el bachillerato y sobrellevaba una pretendida vida adulta; aunado a esto, tengo la impresión de haber pasado frente al televisor muchas horas. Por aquella época se estrenó Smallville, serie que permaneció al aire hasta el año 2011, si bien, no fueron más de tres temporadas las que me mantuve pendiente de la vida adolescente de Clark Kent, sé de cierto que mis citas cada martes en punto de las 21:00 horas no eran con él, sino, con Lex Luthor, su conocido archienemigo.
Lex, recién egresado de la universidad, regresa a Smallville. Clark lo conoce al encontrarlo varado y semiinconsciente en medio de una laguna donde, atrapado en su auto, se ahogaba. Sin atisbo de duda el superhéroe en ciernes usa su súper fuerza, desmonta el techo del vehículo y rescata al accidentado.
Emerge una amistad entre dichos personajes al poco tiempo. Lex se sabe en deuda, procura estrechar lazos con su rescatista: establece vínculos afectivos alrededor de Clark y sus compañeros del colegio; intenta congraciarse ante los padres adoptivos de su nuevo amigo, Martha y Jonathan Kent, busca hacerles llegar su reconocimiento. Jonathan, desconfiado, rechaza cada una de las magnánimas ofrendas, insiste enfáticamente en recordar a su familia que Lex es heredero único del hombre más poderoso y excéntrico de Kansas, Lionel Luthor, razón de sobra para atribuir oscuridad a sus intenciones, aunque no existan pruebas que lo comprueben.
A lo largo de una década pude observar, aunque intermitentemente, la evolución de los personajes. Dejaron de ser jóvenes ingenuos, curiosos de los estropicios que la lluvia de meteoritos y una supuesta cápsula intergaláctica ocasionaron antaño al pequeño pueblo donde crecieron, se convirtieron en adultos renuentes, sigilosos. Otras veces atestigüé ciertos eventos, situaciones y personajes que corrompían, de a poco, a mi personaje favorito.
Alrededor de la sexta temporada el Instituto Excelsior convoca a una reunión de exalumnos. Lex acude a la cita. Saluda sin mucho afán a Oliver Queen y a un grupo de excompañeros. Uno de ellos menciona a Duncan. Lex regresa al pasado… Cursaban la secundaria. Lex no era precisamente popular, su aspecto extraño tampoco ayudaba. De no ser por Duncan la voz de Lex en la academia se habría extinguido. En cambio Oliver, formaba parte del séquito de los rufianes, aquellos que se encargan de hacer imposible la vida escolar a chicos como Lex y Duncan. Surge la ocasión, y la comitiva de los malos requiere la participación de los dos tímidos amigos. Lex se involucra inmediatamente y exige a su amigo hacerlo también. Duncan se rehúsa, apela a su sentido común: ¡No quieres ser como ellos!, le grita. Lex insiste, es su oportunidad de salir del anonimato, al no obtener la respuesta deseada lo golpea hasta sangrarlo, el equipillo de acosadores los separa. Duncan intenta huir, corre sin precaución, al atravesar lo arrolla un camión. Muere.
En uno de los capítulos de la séptima temporada, Clark entra en la mente de Lex, allí encuentra a Alexander, un niño amedrentado y temeroso de su padre. El pequeño vive junto a Lilian, su madre, las continuas injurias que Lionel lanza contra ella. A pesar de ser menor, asume la responsabilidad de protegerla, miente, se culpa de las cosas que ella hace para no exponerla a la furia del padre. En el fondo de sus inseguridades, Alexander sabe que su padre le quiere; no obstante, es incapaz de demostrarlo. En cambio, le exige ser mejor, más fuerte: ¡Eres patético, Lex! Es la frase que más profiere Lionel a su hijo. Alexander no sólo soporta el yugo de su padre, a esta opresión se suma el peso del atribulado Lex —él mismo en su versión adulta—. Cuando Alexander sospecha que Clark tiene que partir, le suplica no marcharse, reconoce en él al único amigo que le queda.
Hacia el inicio de la primera temporada es posible observar a un Lex dispuesto a querer, a confiar, a ayudar; pero Jonathan determina que no es bueno para su familia. Lex insiste, se aferra, necesita creer, aunque nada de lo que hace le alcance para desdibujar el prejuicio que el señor Kent ha forjado.
En un tristísimo intento de lograr ser amado, apreciamos una pasarela de mujeres que cruza por la vida del cada vez más duro Lex. Se descubre usado una y otra vez, hasta que aprende a usar también. Atribuir al multimillonario joven las consecuencias de sus malas elecciones parece sensato, aunque, haciendo el recuento comprobaríamos que no es sólo la suma de sus decisiones; sino, el resultado de sus decisiones más las que otros tomaron sobre él: Lex está hecho de la angustia de su madre, la violencia de su padre, la crueldad de sus compañeros de escuela, la superficialidad de sus fugaces novias, la nula empatía de Jonathan, y un largo etcétera. (Al contrario de Clark).
Más triste todavía sería revisar la biografía de Lionel, quien seguramente reproduce una historia similar. Mientras transcurre el desfile de novias de Lex, observamos a Lionel perseguir a Martha Kent, la dota de perfección hasta convertirla en uno de sus objetos de deseo. Lex o Lionel / Lionel o Lex, las historias familiares de vida se multiplican indistintamente, se repiten hasta que se crea conciencia. Hoy sabemos que la historia de Clark pudo ser distinta si lo hubiese acogido alguno de los personajes afectados por la kriptonita en lugar del sólido e idílico matrimonio Kent. Sin su aceptación —pues pronto descubrieron que su niño era diferente al resto—, sin su crianza, educación, amor, incluso, sin el hermetismo en que mantuvieron su secreto, estaría escribiendo de otro Supermán.
Aunque es Lex quien me ocupa, no dejo de pensar en la doble cara de una moneda. Mientras Clark justifica en sus acciones el recurso para salvaguardar su identidad, incluso la seguridad de sus seres queridos, creo que en el fondo, sus padres más que él, buscaban aceptación. Lo mismo ocurre con Lex, que aprendió a engañar a fin de sentirse admitido. Uno y otro mienten para supervivir, entonces caigo en cuenta, cómo no iba a sentirme profundamente atraída por el vulnerable, el que incluye en su demanda amor y consuelo.