Dos comentarios al margen de Superman

1 septiembre, 2019

por Joel Grijalva

1. Somos Roma y Superman

Para los romanos del siglo I a. C., habían pasado setecientos años desde la fundación de su ciudad. Nadie sabía a ciencia cierta cómo y cuándo había comenzado Roma; pero la urbe que había sometido a la península itálica, que dominaba ya la Hispania y que recién había conquistado la Galia, no podía permitirse tener un pasado incierto; así que se contaban a sí mismos las narraciones que más los complacían. Es debido a esa necesidad de tener un pasado, cierto o no, que se explica la persistencia del mito de Rómulo y Remo. Unos gemelos, hijos del dios Marte y Rea Silvia, fueron abandonados a su suerte y rescatados por una loba que los crió. Ya adultos buscaron un lugar para fundar una ciudad, discutieron por el emplazamiento, y Rómulo mató a Remo.

La estrategia de montar a un discurso un prólogo proveniente de otro discurso no es algo nuevo. Otras ciudades han insertado un origen mítico a su historia —la Ciudad de México comienza, por ejemplo, con el divino anuncio del águila y la serpiente—. Monumentos literarios también han requerido inicios en palabras de otros; el Cantar de mío Cid echa en falta su primer folio y tradicionalmente es la Crónica de veinte reyes quien ha suplido esas perdidas líneas.

Un año después de su irrupción en la historia de los cómics y del mundo, la narración del origen de Superman fue modificada en Superman #1 (1939). El planeta anónimo de Action Comics #1 (1938) es oficialmente bautizado como Kryptón; los Kent, además de encontrar al bebé alienígena y llevarlo al orfanatorio, deciden adoptarlo. Eso sí, Smallville, Kentucky, no existe, tampoco existe Metrópolis. No hay kryptonita, los poderes no provienen del sol amarillo, su papá no se llama Jor-El, él ni siquiera se llama Kal-El.

El número 146 de Superman se publicó más de veinte años después del número 1; y cuenta otra historia de los orígenes del hombre de acero. Kyrptón ya es un planeta completo y gigante —aunque más bien parece una ciudad solamente— y cuenta con una tecnología avanzadísima —que explicará cómo Clark Kent puede fabricar robots para disuadir a Lana Lang de que él y Superman son la misma persona—. Jor-El tiene nombre, advierte de la inminente destrucción de Kryptón debido a una masiva explosión nuclear —origen de la kryptonita verde—, envía a Krypto en una primera nave y a su hijo Kal-El en la segunda. A su llegada a la Tierra, Kal es descubierto por los Kent que lo dejan en el orfanatorio sólo para adoptarlo poco después —afortunadamente la enfermera que lo cuida nunca se percata de la fuerza sobrehumana del niño—. También los Kent fabrican la superropa que vestirá el niño cuando utilice sus poderes. Distintas versiones de todo ello han aparecido en series animadas, series actuadas, películas y montones de cómics de autores y humores diferentes.

En la época de Cicerón, el comienzo de Roma contaba con más detalles y estaba paradójicamente más lejos de la verdad. Los romanos no sólo querían saber de dónde venían, querían justificar su existencia y diseñar un futuro a partir de un pasado que los explicara. Eneas era ancestro de Rómulo en algunas versiones, en otras era el verdadero fundador de la ciudad. Rómulo era hijo de Marte o de Hércules y había matado, o quizás no, a Remo. El rapto de las sabinas había sido tal o, mejor, se trataba de una seducción. Los hechos reales que acontecían cambiaban de significado a partir de qué versión del origen se aceptaba como cierta. Roma es idéntica a sí misma y, aún así, completamente distinta. La Roma actual es consecuencia de todas las versiones de su origen y, por lo tanto, es tantas ciudades como explicaciones de su fundación existen.

El inicio de Superman vuelve a ser remodelado de vez en cuando, de época en época. De pronto Kryptón tiene pasado; otros sobrevivientes del cataclismo aparecen; Jor-El envía un programa que contiene su personalidad en un cristal que acompaña al pequeño Kal en su nave. Cada nueva versión del superhéroe requiere una actualización de su principio. No existe el Superman canónico, existe una superposición desfasada de historias cuyas intersecciones aceptamos o rechazamos; Superman es la suma de todos sus pasados alternos.

Nosotros, los seres humanos no alienígenas, estamos también construidos de las historias que nos contamos sobre nuestro pasado. Somos urbes ancestrales sobre cuyos orígenes se han montado lentes a través de las cuales nos observaban nuestros padres y abuelos: aprendimos a leer antes que nadie; nunca llorábamos o llorábamos siempre; nuestra primera palabra fue “chicle” o “mamá” o “termodinámica”. Además constantemente actualizamos nuestro pasado cuando nos encontramos con los otros que lo compartieron; nuestros compañeros de primaria, secundaria, los tíos o los amigos nos asaltan con anécdotas sobre nosotros en la que los papeles son distintos a los que recordamos —o sea que no fue ella la que me rompió el corazón, sino que fui yo el patán—. Mejor aún, a veces se trata de momentos que habían desaparecido de nuestra memoria y que explican los inexplicables rasgos de personalidad que nos sorprenden —“¿Te acuerdas de cuando te enfermaste por comer como veinte dulces de tamarindo con chile?”; “Oh, ahora entiendo por qué odio los chamoys, tamarindos y monstruosidades por el estilo”—. También somos Superman: para entendernos, de vez en cuando visitamos nuestro pasado, lo reacomodamos y lo adornamos con fragmentos a medias memoria y a medias deseo, siempre con el fin de mantenernos no sólo como protagonistas de nuestra vida, sino como los héroes.

2. ¿De qué hablamos cuando hablamos de “súper” en Superman?

Primero Superman fue un villano, un calvo telépata que quería dominar el mundo. Por lo menos ése fue el primer personaje que crearon Jerome Siegel y Joe Shuster con ese nombre. Años después despojaron al personaje de la calvicie, la villanía y la telepatía, y moldearon un nuevo Superman, muy similar al que apareció por primera vez Action Comics #1. Sólo que el Superman que no vio la luz no provenía de otro planeta, sino de un futuro en el que las capacidades humanas se han exacerbado. Era pues un ser humano terrícola más fuerte y más rápido por mera persistencia de la evolución.

En junio de 1938 el superhéroe que conocemos ya proviene de otro planeta que fue destruido —y cuyo nombre ignoramos—, es enviado a la Tierra por su padre científico, se cría en un orfanatorio y cuenta con habilidades superhumanas: es veloz como un tren, carga pesos enormes, brinca edificios y salta una distancia de un octavo de milla. Es decir, el Kent extraterrestre posee al inicio los poderes del Kent del futuro. No vuela, no lanza rayos por los ojos, no tiene visión de rayos X —y mucho menos se multiplica, lanza escudos red o crea clones que se desmoronan, como en el espantoso final que da el director Richard Lester a su versión de Superman II—. Es más, en la primera página de su existencia incluso aparece un recuadro en que se explica cómo en la Tierra existen seres con superpoderes: los chapulines saltan distancias que para los seres humanos equivaldrían a cuadras, las hormigas cargan pesos cientos de veces mayores al suyo. Así pues, en teoría sería posible acercarse hasta cierto punto a ser Superman —y esto lo confirma una sección del cómic en que se ofrecía a los niños instrucciones para ejercitarse y llegar a desarrollar poderes—.

Y de pronto… voló.*

Y antes no volaba. Sus piernas eran fortísimas, de ahí que brincara tan alto y saltara tan lejos. Era rapidísimo, y por ello se adelantaba a las balas. Su piel era impenetrable. Ello producto de una proyección hacia el futuro de características propias de los seres humanos. —Usain Bolt poseería supervelocidad si apareciera de pronto en la época de Jesse Owens—. Pero, repito, de pronto Superman voló. Eso sí, no le resultó fácil hacerlo. Durante mucho tiempo, entre sus poderes anunciados se mantuvo su increíble capacidad de salto, y la comparación con la hormiga y el chapulín se repetía ocasionalmente. Todavía en la serie de caricaturas de 1988, en la introducción se comentaba que podía brincar un edificio completo. Y lo del vuelo ocurría pero se mencionaba poco o nada.

Me parece que el origen alienígena, y no futurista, de la versión que llegó a publicarse fue lo que abrió las puertas para la transición de la ciencia ficción a la fantasía. Poco a poco los poderes del héroe pasarán de ser hipérboles del cuerpo humano a constituir un repertorio azaroso de habilidades imposibles. Una vez que le permitimos volar a Superman, la visión de calor, los rayos X, viajar por el espacio o por el tiempo serán posibilidades muy tentadoras.

Esto tiene consecuencias semánticas y creativas ingentes. La partícula “súper” hacía referencia originalmente al grado máximo de algo. La superfuerza era fuerza suprema; lo mismo pasaba con la velocidad o la resistencia de la piel. Sin embargo, una vez que nuestro héroe comienza a volar, lo “súper” se modifica; ahora es la designación de un catálogo nuevo de poderes que no son humanos y no el culmen de los que sí lo son. “Súper” se desliza y su significado es ahora “álter”, son otros poderes. Sin embargo, algo curioso ocurre, si bien Kal-El ya no es un humano del futuro y ni siquiera un humano de otro planeta, sino un alienígena pleno, algo de humanidad le queda, por lo menos en una cantidad importante de versiones, pues sus poderes no parecen completamente integrados a su cuerpo. En incontables ocasiones Superman ha sido privado de sus superpoderes. Por angas o por mangas, un villano lo atrapa y le “roba” la visión de calor, el vuelo, la fuerza, etc., o, bien, Clark Kent decide renunciar a ellos por amor, sacrificio o mero fastidio.

Los caminos de la lengua, los de la ficción y los de las mariposas, se parecen: una mínima modificación en el significado de una palabra o en la descripción de un personaje, tienen, como el aleteo de una mariposa, consecuencias imprevisibles.

*(Éste es el asterisco que aparece después de la palabra “voló” que forma parte de estas notas, y sirve para anunciar otra nota, una subnota, digamos)

Superman comenzó a volar por accidente, como por accidente ocurren los cambios en la lengua. Resulta que, aunque en la primera serie animada que se hizo sobre él, lo que hacía era brincar altísimo para luego descender, a manera de planeo, el efecto en pantalla era el de un hombre volador. De hecho en el primero de los capítulos, Superman lucha a golpes contra un rayo —sí, en serio— de manera que salta, da puñetazos al rayo —de nuevo, sí es en serio— y así avanza; sin embargo parece que lo que hace es volar a contracorriente del rayo, al que derrota finalmente a golpes —ídem—. En fin, que me parece que es una chulada esto de que el poder más famoso de Superman llegara a él por un cuestiones técnicas ajenas a su mundo de ficción. Y como en este caso, el camino es de doble sentido, Superman ha cambiado también nuestro mundo, o por lo menos nuestra lengua, pues es en parte debido a él que “súper” ha mudado de significado.

 

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