¿Qué hacer con Superman?

1 septiembre, 2019

por Juan Carlos González Sánchez

Superman no es mi superhéroe favorito y esto se debe tanto a razones de historia personal, mi niñez, como a sesudos análisis elucubrados durante mi adultez ñoña. Crecí viendo las caricaturas de Spiderman y la serie de televisión de Batman. La identificación con ambos personajes fue inmediata, ambos son seres humanos comunes y corrientes que hacen cosas extraordinarias por el bien de la sociedad.

Uno, adolescente norteamericano típico, es picado por una araña, el veneno modifica su genética, hace simbiosis con ésta, y con ello adquiere poderes corporales superiores a los del ser humano promedio (súper agudeza sensorial, fuerza física amplificada) y también adquiere poderes arácnidos como la capacidad de caminar sobre cualquier superficie, horizontal o vertical, y la de elaborar hilos (de seda, supongo) y expulsarlos con gran fuerza y violencia desde la parte anterior de las muñecas, los cuales servirán para tejer telarañas y atrapar enemigos y también como arma y medio de transporte. Los poderes recién adquiridos y la trágica muerte de su tío Ben a manos de un delincuente de poca monta, lo llevan a tomar la decisión de ponerse al servicio del bien común. Es un justiciero, pero responsable, es un súper ayudante de la policía, de las instituciones establecidas. El tema de Spiderman es el poder y la responsabilidad que éste conlleva. Siempre pensé que era una suerte milagrosa que Peter Parker viviera en Nueva York, prácticamente en cualquier otra parte del mundo hubiera sido imposible transportarse como lo hace Spiderman en su ciudad natal, disparando hilos aquí y allá, avanzando para combatir el crimen, mientras se balancea entre rascacielos. Menos mal que nació y vivía en la Gran Manzana, en otras latitudes habría tenido que correr o pedir un taxi o un Uber, lo que dificultaría sus faenas de superhéroe, por decir lo menos, seguro llegaría tarde a todos lados.

El otro, ricachón norteamericano típico, no posee súper poder alguno, no posee ni agudeza mental o sensorial notablemente superiores a las del resto, no posee mayores capacidades físicas que las de alguien que se ejercita a diario o practica algún deporte cotidianamente, tiene mucho dinero, eso sí. El caudal de recursos financieros es su súper poder. Con éste presiona a los poderes políticos, realiza diferentes acciones a través de sus empresas y trata de comprar todo lo que el dinero puede comprar para tratar de mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos de Ciudad Gótica, muy pronto se da cuenta que esto es insuficiente y hasta estéril. Esto y el dolor y el agobio constante por la trágica muerte de sus padres a manos de un asaltante, cuando él era apenas un niño, y sus varios y variados demonios personales lo llevan a tomar la decisión de ponerse al servicio del bien común. Es un justiciero, pero desconfiado, colabora siempre con recelo con la policía, pues ésta y todas las instituciones están carcomidas por la corrupción, son parte del problema. El tema de Batman es el poder y los lados oscuros de éste, a los que no en pocas ocasiones gravita el propio Bruce Wayne. Su súper poderes se los crea él mismo, con tecnología: un súper traje, un súper auto, un súper avión, una súper guarida secreta, tiene todos los artilugios y chunches que le dotan con la superioridad tecnológica para combatir a los criminales y a los poderes corruptos. Su riqueza es heredada, pero él es un Self-made superhero. Es una suerte milagrosa que Bruce Wayne naciera rico, sin esta premisa no habría Batman, o quizá sí, pero recibiría una tunda a cada rato, imposible sacarle ventaja a los criminales cuando se está armado con un bat, un peto de cácher, una concha, unas espinilleras y una radio para interceptar la frecuencia policiaca.

En ambos casos, me atrevo a asegurar que la identificación con los personajes se da de manera automática, sin importar si se trate de un público infantil, adolescente o adulto. No es de extrañar: el camino de estos hombres para convertirse en superhombres parece no sólo plausible sino transitable para cualquiera. Basta con que la naturaleza, en su inconmensurable diversidad, nos pique, muerda o apenas roce para que produzca una mutación en nuestro cuerpo o que tengamos mucho dinero para crearnos un alter ego oscuro y atemorizante de alta tecnología.

Superman es la inversión de la fórmula. Superman no es un ser humano, es un extraterrestre. Nació en el planeta Krypton, con el nombre de Kal-El, sus padres lo mandaron en una cápsula a la Tierra justo antes de que su planeta hiciera implosión. El súper pequeñín aterrizó en una zona rural de Estados Unidos y fue encontrado por una pareja de granjeros, quienes lo adoptan y llaman Clark Kent. Pronto sus súper poderes salen a la luz: fuerza física descomunal, piel a prueba de balas, puede lanzar rayos por los ojos y, lo más importante, puede volar. El recurrente y viejo sueño de volar, presente prácticamente en todas las culturas, Superman lo realiza como si nada, sin alas, ni en los pies ni en la espalda, con una capa roja, eso sí, cuya única utilidad es transmitir al espectador la sensación del vuelo. Sus padres adoptivos le aconsejan utilizar sus poderes en favor de la humanidad. Sus padres humanos, pues, lo humanizan, instruyéndole restringir sus poderes. Su traje no es un disfraz para ocultar su identidad, su disfraz es un traje de burócrata y unos lentes de pasta (al parecer suficientes para engañar a toda ciudad Metrópolis). Es un justiciero, pero está al servicio de la ley y el orden. Cuando advierte alguna circunstancia en la que los humanos se ven rebasados, interviene, pronto busca una cabina telefónica para despojarse de sus humanas ropas y saca a relucir su súper pijama colorida y ajustada que casi siempre viste debajo de su apariencia tímida y torpe de periodista despistado, y atrapa al criminal, salva al niño o a Louis Lane. El tema de Superman es el poder, el poder casi absoluto, concentrado en un solo individuo. Superman no es un hombre, no es un héroe, ni siquiera un superhéroe, es un alienígena, una especie de semidios que tiene la capacidad de aniquilar a la humanidad si así le place y por ello es un problema. ¿Qué hacer con él? Por ello como espectador no pocas veces me identifiqué más con su archienemigo, Lex Luthor, un inventor como Bruce Wayne o Tony Stark, cuyo propósito en la vida es ponerle límites a Superman, además de ser el mejor villano de todos los tiempos.

Aunque no fue el primer superhéroe, Superman fue el que popularizó el género y definió las características de éste, desde 1938, cuando hizo su primera aparición en Action Comics. Definió el estándar ante el cual habrían de medirse los demás superhéroes. Así pues, habría que reconocer que Superman es el canon y los que vinieron después fueron los que invirtieron la fórmula y no al revés, como había mencionado líneas arriba. Antes había tenido otra aparición, pero en formato de cuento, en 1933. Los autores habían leído Así habló Zaratustra de Nietzsche y les atrajo el pensamiento del filósofo alemán. El cuento de “El Reino del Superhombre” trata sobre un científico desquiciado que mediante el uso de una droga adquiere súper poderes y procede a conquistar a la humanidad.

Pero a los autores les atraía el mundo del comic y les interesaba incursionar esos terrenos. La idea inicial se mantiene pero invierten la relación con el poder. Ahora los súper poderes están al servicio de la humanidad y, claro, no hay drogas. Sin embargo, sigue siendo un personaje muy poderoso, demasiado, y por ello los creadores lo llenan de rasgos que atenúen esta condición y lo vuelvan más humano: el traje de apariencia infantil, la timidez e introversión en su vida cotidiana, la bondad, la moralidad y una larga lista de valores all-american. Por varias décadas la fórmula funcionó, Superman representaba todo lo mejor del Estados Unidos de la posguerra. Hasta que llegó la contracultura de los años sesenta y setenta a cuestionar el modo de vida americano. Los guionistas y dibujantes, hijos de su tiempo, exploraron otras vertientes narrativas y acudieron a lo que estaba latente desde un principio: el problema de que Superman era demasiado poderoso. El comic de Superman sigue siendo el más vendido de todos los tiempos y en sus poco más de ochenta años de historia podemos encontrar un reflejo muy claro de las aspiraciones y preocupaciones de cada década. Hay ejemplos extraordinarios del comic de Superman (tanto por las historias como por el arte) y es un deleite leer cualquiera de los ejemplares de cualquier época. Lamentablemente no ha corrido con la misma suerte en el cine. Las dos mejores películas, desde mi punto de vista, son Superman y Superman II, de 1978 y 1980, respectivamente. En ellas se nos presenta un personaje que recoge algo de todas las iteraciones en los comics de los años anteriores. Ciertamente, tiene mayor peso la visión optimista del superhéroe, pero hay guiños aquí y allá con las áreas oscuras del personaje, quizá la más notoria cuando Superman hace rotar la Tierra en sentido contrario para hacer regresar el tiempo y salvar a su amada, haciendo alarde de su poder casi absoluto. Nada ni nadie lo pueden detener. Él puede hacer lo que quiera y, por supuesto, no iba a permitir que el curso de los hechos le propinara su primera derrota.

El equipo creativo en ambas películas era de primera: Mario Puzo como guionista, Richard Donner en la dirección, Marlon Brandon y Gene Hackman en papeles estelares, y el galanazo de Christopher Reeve como Superman. A pesar de las zancadillas y las trabas atizadas por la producción, las películas vieron la luz y el éxito, tanto en taquilla como en calidad. Y esa fue la última vez que el superhéroe tuvo una representación digna en la pantalla grande. Las siguientes películas son tan desastrosas y nefastas que ni siquiera vale la pena reseñarlas. ¿Qué hacer con Superman? Supongo que se preguntan varios ejecutivos en Hollywood, dados los fracasos de las últimas décadas. Creo que la respuesta está en los comics, nada más hay que leer ochenta años de historia.

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