por Luis Gerardo Hernández Ortiz
¿Cómo?, ¿es un pájaro?
No, ¡es un avión!
Nooo, es Superman
Mi primer intento de acercamiento al superhéroe pudo haberse dado a los meses de nacido.
Mi mamá me cuenta que en algún viaje al extinto D.F., mi padre y ella quisieron llevarme a un programa dominical que conducía un tipo que se quedó atrapado en un personaje de F. Scott Fitzgerald y que al cierre de su programa cantaba canciones para despedirse; entre el repertorio incluía una que decía “Adiós, Superman, bye bye bye bye”.
Este pudo ser mi primer acercamiento al mundo de los superhéroes, raquítico, simplón y sin quererlo, pero como a veces la vida se nos va en suposiciones, no lo fue.
En un segundo y definitivo intento, trato de recordar cuándo es que conocí a Superman y no lo logro, y hay en todo esto algo que pesa, que falta. Al trabajar entre libros, descubres la importancia de cada uno de los géneros, su temporalidad, sus referencias, y es justamente en esta parte donde encuentro lo que me pesa: no haber tenido una infancia llena de cómics, de superhéroes, de personajes ficticios que hicieran una infancia más soportable ante el impacto que mostraba a la realidad de cada día. Y es justo aquí en donde veo la importancia de la ficción en la infancia y, sobre todo, el mundo de los superhéroes.
En ocasiones, cuando leo algunas entrevistas a personajes de la literatura y mencionan que de niños sus lecturas eran cómics sobre superhéroes, me invade una envidia primaria. De niño mis primeras lecturas eran historietas a las cuales accedía por situaciones derivadas y no directas para la edad: cuando mi madre me llevaba al peluquero y encontraba las tiras de Condorito y Capulinita, o cuando visitábamos la casa de una de sus amigas y en las mesas encontraba a La Familia Burrón, Memín Pinguín o incluso El Libro Semanal y el Sensacional de Luchas (a color). En algunos paseos de la mano de mi abuela por los mercados a los que comúnmente íbamos, descubría que también en los envoltorios de papaya había pequeños dibujos con diálogos. La mayoría de ellos se desarrollaban dentro de un humor tedioso, repetitivo, peyorativo y también dejaban ver una raíz de ese México de los 80’s arrinconado en la pobreza, en la tolerancia de la jodidez como escudo de unión entre los mexicanos y en sus continuas devaluaciones, (económicas y de humor).
Pero nunca Superman.
Mis inicios en la lectura se dieron de la mano de mi tío Juan que para ese entonces ya se encontraba en la facultad de física y que, en algún torcido y maravilloso momento, volteó a ver hacia otro paisaje y se decantó por los números, por las teorías y por la literatura. Ahora que leo un poco más y, sobre todo, que leo lo que quiero y que al trabajar entre libros, entre autores y en la investigación que hacemos para preparar los talleres que llevamos a las ferias del libro, he descubierto la importancia de la lectura de cómics en la infancia y su relación con el miedo de algunos adultos hacia la pérdida. En la mitología griega, lo héroes eran casi ejemplares, demostraban valor, heroísmo, inteligencia y pocas veces se veían trastocados por lo cotidiano.
Los cómics fungen muchas veces como primeros acercamientos a la lectura, en ocasiones se les ha querido considerar como lecturas no indispensables en la canasta básica de la literatura, sabemos que la lectura en los primeros años sucede de manera natural mediante imágenes y texto. Asociación. Si bien no hace mucho tiempo no se les consideraba como un género, las historietas siempre han tenido sus géneros y subgéneros. Ahora abundan ediciones bellísimas de libros ilustrados o libro álbum que no son más que una consecuente de seguir contando historias por medio de la ilustración, una derivación del cómic. Narrativa gráfica.
La vindicación del mito del héroe durante los primeros años, si se trata desde la ficción (que es lo que hace el cómic) da la oportunidad de crear los hermosos mundos ficticios en donde nos basta una toalla anudada al cuello para poder imaginar que volamos. El vuelo es tan importante durante esa etapa (y quién mejor para demostrarlo que Superman) ya que posibilita seguir con los pies flotando sobre la tierra, trasladarse de un sitio a otro, en esas azoteas de nuestra cabeza, como pequeñas pistas de vuelo.
¿Dejar de imaginar? En esta etapa no, ya sucederá después, cuando seamos adultos, cuando crezcamos, y es allí donde se enfoca justamente mi atención y mis enormes ganas de poder haber vivido entre viñetas, esas de superhéroes para, tal vez, haber tenido una percepción distinta del mundo que me rodeaba en esos años y no la rotunda simpleza de los mismos chistes o situaciones absurdas y repetitivas hasta el cansancio de Capulinita y Condorito.
Me hubiese gustado imaginar que tenía un superpoder y también me hubiese gustado teatralizar, gesticular dolorosamente y caer al precipicio del piso del patio al haber sido tocado por un objeto simulando que era kryptonita y simular cierta derrota, también tan necesaria. Habitar esos mundos de la niñez logra sujetar de una manera sutil las leyes que deben declararse en ese periodo del infante: las líneas de amistad que se tienden hacia con los otros, el respeto valor que debe darse uno mismo y, por supuesto, la reafirmación adecuada de la ley paterna tan importante (y tan necesaria) para enfocar objetivos muy precisos en la crianza.
Considero también la parte afectiva. Cuando camino por la calle, me imagino qué sentirá un niño que va de la mano del padre que porta una playera de Superman. A mí me hubiese gustado sentirme seguro de la mano de mi papá, aunque no llevara playera alguna. Que estuviese, por lo menos. Hablo de una seguridad simbólica que da portar en el pecho una S roja con un fondo amarillo y enmarcado en azul. Una imagen clásica.
A diferencia de eso, entendí que hay etapas, muy bellas etapas que han acompañado toda la historia que me falta con Superman. Digamos que algunos de mis héroes de la infancia se dieron dentro de la lucha libre mexicana y en la música, pero esa es otra historia.
Considero que con la misma honestidad que la ficción nos envuelve, nos juega, de adultos debemos llegar a ser hombres que eduquemos, que acariciemos y, de ser necesario, que lloremos la muerte de nuestros héroes, ¿Por qué? Por la simple y urgente necesidad de dejar ir al superhéroe, al superhombre que pareciera tenemos que ser, que alimentar, que sostener y que seguir. Tenemos que colgar la capa, deshacernos de la S imaginaria hecha por un mechón de cabellos sobre la frente y sobre nuestra memoria; debemos sabernos vulnerables como Superman a la kryptonita y sin pena poder decir:
Adiós Superman bye, bye, bye, bye.