Tratado amoroso de los cuerpos

9 abril, 2020

por Melinna Guerrero

para Pedro

Espiráculo, el orificio abierto para la respiración.

Un ojo taladrado al cuerpo

por donde se abre y cierra esta vida de pez.

Desde el espiráculo, vemos en la superficie

el nacimiento de la luz.

¿Qué inmensidad existe en este ojo

que nos desnuda de agua,

que nos muestra dos aletas que nos abren paso?

¿Están abiertas?

Lo están, te digo, como si su pasado de mano

las destinara todavía al tacto,

como si sus cinco remos se hubieran unido para siempre,

como ahora lo están tus dedos, cerrados

para no dejar marchar la arena del tiempo,

para darle a la vida un puño con que sostenerse.

¿Son tus manos aletas preparadas para el agua?

 

Se cierra un espiráculo después del oxígeno,

se mantiene cerrado, debajo

cuando las ballenas se preparan a escuchar al otro

pero difícilmente pueden verlo.

Un espiráculo como una ventana en el mundo.

Un orificio en el cuerpo por donde filtrar lo necesario,

por donde abrir el canal de la vida.

Son espiráculos estos ojos.

Abiertos.

Por donde veo hundir tus dientes en mis clavículas.

Una mordida transformada en beso.

Así es lo monstruoso, algún día,

de él la belleza brota.

 

Espiráculo: orificio, ventana o tragaluz.

Un ovillo por donde la respiración nos convierte en carne.

El resquicio que dejar salir lo que ya de tanto se hace vapor,

lo que ya de tanto adentro da a luz.

Es también una herida,

una incisión,

cárcava preparada a la marea.

La vida abierta, te digo.

El amor que punza su fuerza

como cisura.

Ya adentro, te escucho.

Como un cuerpo que también es pieza.

Ya adentro, por el espiráculo de la vida,

dejamos que la carne encuentre su pasado común.

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