Cien libros

13 febrero, 2020

por Mario Sifuentes

¿Quieres que sean todos rojos? 
¿O que tengan cien páginas como máximo? 
¿O quizás solo libros sobre tiro al arco? 
El libro de cabecera

Si visitan la Biblioteca Central de la UAA, después de la entrada giran a la izquierda y pasando filas de antiquísimos diccionarios de idiomas, hallarán el estante destinado a libros que van del 708 al 863. Bueno, detrás de ese estante está la sección relevante para esta nota. Ahí encontramos la continuación de esos números hasta el 980. De derecha a izquierda tenemos solemnes ediciones de escritores clásicos, pero más hacia la izquierda y en las repisas de hasta abajo está nuestro objetivo, los volúmenes que comienzan exactamente con la referencia 808.Q384m, esos libros comprenden la Colección Jorge Luis Borges – Biblioteca personal. 

Esta colección fue idea de la editorial argentina Hyspamérica Ediciones a mediados de la década de  1980 y comprendería cien obras escogidas por Borges, títulos que él tenía en gran estima y que auguraban el goce del lector. En la introducción a esta serie, él mismo señala que: “A lo largo del tiempo nuestra memoria se va formando una biblioteca dispar, hecha de libros, o de páginas, cuya lectura fue una dicha para nosotros y nos gustaría compartir”. Se establece pues que dentro de la biblioteca de la UAA existen más bibliotecas, una de ellas es la de Borges y con seguridad él mencionaría algo sobre Las mil y una noches, muñecas rusas o esferas chinas.

A cada uno de los títulos Borges le escribió su introducción correspondiente, pero debido a su muerte solo se alcanzaron a publicar setenta y cuatro libros que era el número de prólogos que había completado. Hay que mencionar que la biblioteca de la UAA no posee todos, si acaso solo la mitad de los títulos. Si tenía la colección completa y poco a poco los fue perdiendo es caso que no sabremos, aunque más interesante sería que no los tiene porque eran títulos ficticios.

En “De memoria y olvido” Arreola nos cuenta que su amor a los libros como objetos se logró al entrar a trabajar a un taller de encuadernación, porque el amor a los textos ya lo había conseguido gracias a su maestro de primaria. Con esta colección seguimos a Arreola en los dos puntos, porque los libros vienen en esas elegantes ediciones de tapa dura color café y letras doradas. La mayor parte de los títulos ronda las doscientas páginas, así que son ligeros, si bien el papel es grueso, y uno no tiene que batallar como con las otras colecciones que se proponen contener a todo Proust en tres volúmenes y lo consiguen. El logotipo de la colección es un cuadrado dorado que enmarca la silueta de perfil de quien podemos suponer es Jorge Luis Borges, no hay gran detalle en la representación. Además del logotipo solo encontramos el nombre del autor, de la obra y la leyenda de que contiene un prólogo de parte del distinguido autor argentino. Son libros bellos y darían realce a cualquier biblioteca, aunque solo los juzgásemos por su portada.

Pasemos a la siguiente parte porque de acuerdo a Emerson, a quien luego Borges parafrasea “Un libro es una cosa entre las cosas, un volumen perdido entre los volúmenes que pueblan el indiferente universo, hasta que da con su lector, con el hombre destinado a sus símbolos”, así que cuanto a los textos realizados ex profeso que es lo que distingue a esta colección hay que mencionar que se pueden encontrar en un solo libro Biblioteca personal publicado por Alianza Editorial. Ahí están los setenta y cuatro prólogos más otros dos que habían aparecido en otro par de títulos.

Creo encontrar una sencillez y amenidad en la redacción de diferentes artículos de Borges como en estos prólogos, pero no necesariamente que sea simples los conceptos que maneja o que haya logrado una completa compresión. Ciertamente el interés que genera es en gran parte porque logra transmitir el aprecio que tiene por la literatura a sus lectores. En su conferencia sobre la poesía, nos dice “Yo creo sentir la poesía y creo no haberla enseñado: no he enseñado el amor de tal texto, de tal otro:  he enseñado a mis estudiantes a que quieran la literatura, a que vean en la literatura una forma de felicidad”.

Los prólogos son cortos, fiel a la costumbre de los textos de Borges. En otro libro editado por él, hablando cuentos breves nos dice “Lo esencial de lo narrativo está, nos atrevemos a pensar, en estas piezas; lo demás es episodio ilustrativo, análisis psicológico, feliz o inoportuno adorno verbal”. Con esas pocas líneas alcanza para trazar un panorama de la relevancia de la obra o el autor, o bien para contar alguna anécdota relacionada, o mejor aún completar con citas de dudosa veracidad, pero oportuna contundencia.

Ahora bien, de la variedad que encontramos en esta colección Borges nos dice “Deseo que esta biblioteca sea tan diversa como la no saciada curiosidad que me ha inducido, y sigue induciéndome, a la exploración de tantos lenguajes y tantas literaturas”. El carácter único de Borges lo quiere disgregar para alcanzar tantos lectores como sea posible, quiere ser universal. En otro momento Borges recordaría una propuesta de Leibniz sobre dos bibliotecas. La primera tendría cien libros iguales, perfectos. Se menciona La Eneida como ejemplo. La segunda biblioteca se compone de cien libros diferentes, con méritos variables. La segunda biblioteca es superior.

¿Y cómo qué encontramos en la colección? ¿Obscuros escritores escandinavos medievales? No, por lo menos no mucho, o por lo menos no obscuros. Sin mencionar a todos, en lo particular hay escritores predilectos: el ya mencionado Arreola, Machen, Kafka, Voltaire, Chesterton, Poe, Wilde o Lugones.  Hay otros tantos que para mí están pendientes como Ibsen, Blake, Collins, O´Neill, Shaw, Bloy o Maeterlinck. También están los omnipresentes en los ensayos de Borges: Virgilio, Stevenson, James, Snorri Sturluson, Dunne, de Quincey o Flaubert.

Ya casi para terminar y a manera de ejemplo de lo que podemos encontrar en la colección veamos un fragmento del prólogo que dedica Borges al libro de relatos de Rudyard Kipling:

No hay uno solo de los cuentos de este volumen que no sea, a mi parecer, una breve y suficiente obra maestra. Los primeros son ilusoriamente sencillos, los últimos, deliberadamente ambiguos y complejos. No son mejores, son distintos. “La puerta de los cien pesares”, que data de las mocedades de Kipling, no es inferior a la conmovedora historia del soldado romano, que, sin saberlo y sin proponérselo, se convierte en Jesús. En todos ellos, el autor, con sabia inocencia, narra la fábula como si no acabara de comprenderla y agrega comentarios convencionales para que el lector esté en desacuerdo.

Notamos la carga intelectual y emotiva que Borges hacia patente de sus lecturas. Así que, si desean saber más de la obra de este autor, o bien están interesados en una directriz para expandir sus propias bibliotecas, confío en que visitar a la Biblioteca central de la UAA o a la Biblioteca personal proyectada por el argentino puede ser de gran ayuda.

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