La biblioteca ausente

4 febrero, 2020
Rilke on Gaga

por Juan Ki Buenrostro

Algún día escuché que puedes conocer el corazón de un hombre a través de la manera en la que trata a su madre. Fue algo muy freudiano ese comentario. Aunque es algo irónico el medio en el cual lo escuché. No fue un tratado rebuscado de algún investigador en psicología o un axioma perdido de la filosofía de Spinoza. Lo oí en una baladilla de una Lady Gaga, hace como cinco, seis años. Nunca entendí del todo esa frase y estoy seguro de que no quiero terminar de entenderla. La referencia a Freud, ya sea de forma directa o indirecta, siempre me entristece. Siento que independientemente de lo que haga, la voy a cagar. Como diría Spinoza, la libertad es saber que no eres libre.

Comento lo anterior por eso de las tragedias, de lo de Electra, lo de Edipo. Lo que me lleva a preguntarme, ¿realmente Gaga quiso ser así de profunda en una canción de un disco que ella misma dice no recordar? ¿Ella también se pondrá melancólica al leer a Freud? Por otro lado, sé que Madonna estudió mucho tiempo la Cábala, quizá incluso Borges le hubiera pedido un consejo o una referencia. Sin embargo, no tengo ningún elemento para concluir que Gaga tenga uno o dos ejemplares de los ensayos de Freud en su mesita de noche. ¿Se la imaginan con su langosta en la cabeza o su sombrero rosa de ala ancha tomando té de belladona, dispuesta a dormir, leyendo La interpretación de los sueños? No parece tan irreal la escena, pero no estoy convencido de que ocurra constantemente.

Lo único que sé de los hábitos de lectura de la cantante es que tiene interés por biografías de Bowie, teatro clásico y, especialmente, Rilke. Su interés por el poeta es tan grande que tiene tatuada una frase de él en el brazo. Sería interesante un estudio donde se hablara de cómo las lecturas que realiza Gaga se pueden apreciar en su música. Quizá viendo cómo trata a su madre, siguiendo su propia filosofía, podríamos entender un poco más de ella, su tatuaje y de su biblioteca. Otra vez, no me termina de convencer eso de hablar de madres y el corazón de las personas. Gaga escribió esa canción para un prometido que trataba maravillosamente a su señora progenitora, pero terminó haciendo un verdadero desastre emocional en la propia Gaga. Eso me lleva a pensar que hay hijos espectaculares, pero eso no les quita que sean particularmente despreciables con los demás.

Mis dudas me llevaron a preguntarle a una experta en el tema. Le hablé a mi abuela sobre la frasesita de Gaga. Ella es madre, tiene muchos hijos, muchos nietos. Muchos de ellos, particularmente despreciables con ella y con los demás. Por eso pensé que sería especialista en dicho tópico. A lo mejor su biblioteca está plagada de tomos sobre cómo ser un hijo de la chingada y salirte siempre con la tuya. Pero no, sólo he descubierto en su casa enciclopedias de historia, un par de libros sobre marxismo y política, un par de biblias y cuentos clásicos. La colección la hizo mi abuelo, un priista de la vieja escuela. Muchas veces he pensado que sí son manuales de cómo ser un hijo de la chingada, pero están escritos de forma tácita. Empero, esa colección está abandonada, nadie los toca desde la muerte de mi tata. Lo sé porque me he robado un par de tomos de las enciclopedias y nadie se ha dado cuenta. Por eso sé que los hijos de mi abuela tienen otras fuentes para ser así de mezquinos.

No obstante, mi abuela me corrigió. Mencionó que la única forma para conocer profundamente a alguien es fijarme en si bolea sus zapatos y plancha sus camisas. Me imagino que es una costumbre priista, la cual tampoco entiendo. ¿Debo confiar en los hombres extremadamente quisquillosos con su persona? ¿No se supone que el diablo se presenta en formas exquisitas para tentar a los corderos de dios a pecar? La frase de mi abuela es igual de imprecisa. Conozco hombres increíbles que en su vida han tocado una plancha; así como son de mi conocimiento varones mentirosos, lengua de Mefistófeles, que son grandes amigos de la cera y de los cepillos para los zapatos.

Por muchos años, busqué alguna brújula moral que me permitiera tener intuiciones más o menos certeras cuando conociera a alguien. Un día mi vida cambió cuando me di cuenta que la única forma de conocer a alguien realmente es a través de su biblioteca. En un inicio, pensé que conocer a un hombre se reducía a saber qué clase de libros compra y lee; con los años, perfeccioné mi técnica. Puedo saber con exactitud qué clase de persona es alguien por la forma en la que acomoda y cuida sus libros, así como la cantidad de veces que se dedica a la semana a limpiar sus estanterías. Incluso, me es muy útil, saber de dónde vienen los libros, su precio y, si son usados, el dueño anterior.

Este ejercicio me resultó muy grato al realizar ciertos ejercicios iconológicos. Como historiador del arte, puedes saber mucho de la intencionalidad del artista por los libros que éste solía leer. Por ejemplo, Miguel Cabrera, un artista novohispano del siglo XVIII, tenía una amplia colección de vidas de santos y diversos títulos relacionados a la hagiografía. Está de más decir que era un hombre de un profundo espíritu religioso que utilizaba esos textos para representar más fielmente sus ideas sobre la divinidad. En pocas palabras, él ilustraba la Palabra.

Con el tiempo, me fui haciendo más ágil en hacer inferencias sobre personas y sus colecciones de libros. A veces con novios, con amigas, aunque mi alma morbosa tiene por obsesión la vida de los artistas. Tatsumi Hijikata, personaje de la posguerra, el famoso arquitecto de la danza Butoh, tenía una amplia biblioteca, de la cual sobresalen los nombres de autores como Bataille, Sade, Mishima, Genet, Marcuse, Rimbaud y Leatrumont. Su biblioteca era tan importante para él, cuenta la leyenda entre investigadores del Butoh, que cuando escapó de su casa lo único que llevó consigo, a parte de algunas mudas de ropa, fueron sus libros. A simple inspección, puedo afirmar que tenía gusto por los autores que tuvieran relación con temas violentos así como eróticos.

Sobre su vida, sabemos que sufrió profundos abusos físicos y psicológicos por parte de su padre, que fue vagabundo durante un tiempo, estuvo cercano a prostitutos, drogas y alcohol. Parece que justo los libros que leía, que cuidaba con atención, eran una manera de conectar sus propias vivencias con las reflexiones literarias y filosóficas de otros seres que habían realizado búsquedas similares a él. La lectura nos une con otros, e irónicamente nos une a través de un proceso íntimo y solitario.

No puedo ni imaginar la decepción de Sartre al quedarse ciego, o la de Borges cuando se cumplió el destino que había predicho en el Poema de los dones. En su caso, la lectura pasó de ser algo individual a ser una petición obligatoria de compañía. Ambos se vieron en la necesidad de pedir a alguien más que pudiera auxiliarlos en el ejercicio de la lectura. Por eso, en mis más jocosas fantasías, ideo la amistad imaginaria entre el argentino y Madonna. ¿Ella hubiera estado dispuesta a leerle las epopeyas y los clásicos griegos? ¿Acaso habrían compartido su conocimiento sobre la Cábala?

Una vez que cumplí más o menos mi capricho de entender a las personas por sus colecciones de libros, decidí hacer algunas inferencias sobre un personaje que representara un desafío más grande: mi padre. El conflicto principal con el que me enfrenté fue la ausencia de una biblioteca en casa. Qué contradictoria es la vida, él me compró gran parte de los libros que ahora poseo, pero por su mano propia nunca se ha acercado a ninguno. Por semanas le di vuelta al asunto en mi cabeza.

Pensé que el motivo principal era la falta de interés por grandes historias, sin embargo rápidamente deseché esa teoría. Mi padre es gran admirador del cine y de las series de televisión; incluso recuerdo que en algún cumpleaños, mi hermano y yo hicimos hasta lo imposible por regalarle la colección entera de su serie favorita, nueve temporadas de un drama policiaco que transcurre en veinticuatro horas. Luego, pensé que la carencia de material bibliográfico se debía a alguna alergia al papel, idea que me acompañó muy poco. Mi padre es la persona más sana que conozco, nunca lo he visto enfermarse, mucho menos quejarse de algún antihistamínico.

Me rendí. ¿Cómo es posible que un hombre que plancha sus camisas, bolea sus zapatos y atiende responsablemente a su madre no tenga ningún libro? Ni siquiera de Kant, de San Agustín o cualquier cosa que lean los hombres rectos y de moral infranqueable como él. Desesperado en mi búsqueda, me senté a la mesa y lo interrogué. Lo primero que le pregunté fue si algún día había leído un libro, él me respondió que sí. Mencionó que en la secundaria lo habían hecho leer la Ilíada y la Odisea, pero que ya no se acordaba de gran cosa. Después, le pregunté por qué no había desarrollado el gusto por la lectura si sí había estado expuesto en algún momento de su vida a los libros.

Su respuesta me dejó helado. Me comentó que en su momento, él había terminado la secundaria, pero no recibió mucho apoyo a continuar sus estudios. En su caso, las opciones eran trabajar para comer o comprar libros y seguir estudiando. Uno no puede tener grandes experiencias estéticas con el estómago vacío, no puedes comer libros. Sin embargo, los años le habían hecho entender la importancia de la educación, por eso había hecho hasta lo imposible, junto con mi madre, para darnos a mi hermano y a mí las mejores posibilidades para seguirnos preparándonos. Desde ese día entendí que no puedes juzgar a una persona por una simple impresión, ni por sus zapatos, ni por sus camisas. Lo entendí justo cuando me di cuenta que el hombre en el que más confío tiene una inexistente colección de libros, una biblioteca ausente.

2 Comments

  1. Me gusto mucho leer cómo al final, todo se une para llegar a concluir con la frase que da inicio a este texto, el título. ¡Muchas felicidades! Disfrute mucho la lectura.

  2. Ki , con eso aprendiste que quizás hay que juzgar a las personas más por sus valores y principios. Adquiridos de la vida misma , que por sus zapatos y libros , saludos a tus papás

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