por Andrea A. Carrasco
Para iniciar este comentario, he jugado a ser un viajero. He redirigido mi buscador web a la página de una importante revista digital de turismo. Ahí he conseguido una lista de cien cosas imprescindibles que todos deberíamos saber acerca de “la ciudad vertical”. Tan solo cien. Empire State, Rockefeller Center, Times Square, Flatiron Building, Grand Central Terminal, Central Park, y la lista continúa.
Es la incubadora de poetas, artistas y soñadores, y la razón suficiente para dejar embriagarte por ella. Es también el destino residente de quienes desean escapar de su banal invisibilidad, junto a otros diecinueve millones que quieren exactamente lo mismo. De Nueva York lo podríamos obtener casi todo. Nueva York como la panorámica de situaciones increíblemente deleitables, pero también increíblemente ordinarias, amargas e innombrables.
¿Recordamos Taxi Driver? 1976, Martin Scorsese nos entrega una cinta protagonizada por el dúo más resolutivo de la historia moderna: el hombre y su ciudad. En ella, acompañamos de cerca a un ex-militar harto de su monótona vida, angustiado por su irreparable insomnio, que decide invertir sus noches al volante de un taxi. Los diálogos y las acciones se nos ofrecen potenciadas por un crudo escenario urbano que escupe luces neón por toda Nueva York. He aquí el primer aspecto que me gustaría rescatar: La Gran Ciudad padece de una grave fiebre nocturna.
1. “La noche es para los animales”
La frase se cuela de entre las líneas del diario de Travis Bickle, el conductor neoyorkino. En él describe la duración de sus jornadas laborales, sentado al borde de una desordenada mesa al interior de su pequeña vivienda, inmerso en esa soledad que solo los apartamentos de 33 metros cuadrados son capaces de acoger. Los días son larguísimos y jamás terminan y, justo ahí, Travis nos ha empapado ya de esa terrible sensación de atemporalidad que tan celosamente retienen las rutinas, convirtiéndose en el espejo de la ciudad que nunca duerme.
Habla de extensos períodos nocturnos de manejo, de entre doce y catorce horas. Algunas ocasiones descansa una vez por semana, y entre otras decisiones elige no tomar días libres. A medida que escuchamos la voz de Travis describiendo las banquetas de la ciudad, atiborradas de personas y basura —que para él, el ciudadano promedio, llegan a ser sinónimos— el filme arroja paisajes metropolitanos avistados desde la ventanilla del automóvil, margen de la penosa soledad urbana del conductor.
Las calles se agrandan a través de una eternidad noctámbula, tan desesperanzada como sórdida. Un desfile de personajes vulgares y glamurosos se abre paso por debajo de las fachadas iluminadas de los teatros: prostitutas, drogadictos y proxenetas. Todos ellos animales a los ojos del mismo Travis, gente atiborrada en esquinas desnudas de interacción real. Son sólo gobernantes en ese místico horario de la madrugada.
2. “Maldita tierra de negros”
Otra de las enunciaciones vitales para compartir el asco de Travis hacia la sociedad, y con ello mapear desde otro borde el corazón neoyorkino, llega desde el histórico repudio racial. Es verdad que Nueva York se torna monocromática si cerramos los ojos a la vitalidad que numerosas etnias le han conferido. La multiculturalidad es un carnet de identificación adherido a NY, sostenido en gran parte por la línea afroamericana. Los intelectuales y músicos de los 20’s gritan por toda la Gran Manzana “Renacimiento de Harlem” al ritmo de Armstrong, Fitzgerald y Ellington.
Pero lo que Scorsese traza en la Nueva York del film, dista gravemente de cualquier sensación de agradecimiento a la población negra. La noche vuelve a entregarse como utilería de los actos más crueles y salvajes. El escenario se limita a una tienda de abarrotes, míticamente atendida por algún hispanohablante. Travis elige indiferentemente los alimentos para su cena, mientras al fondo se origina una tensa conversación. De pronto, el encargado del negocio es amenazado con un arma por un joven negro, que le exige nerviosamente todo el dinero de la caja; sus manos y voz parecen aflorar del mismo temblor. A sus espaldas, Travis aparece irreflexivo mientras saca un arma del bolsillo para apuntar al negro, dirigirle una o dos palabras y derribarlo brevemente de un tiro.
Bajo una atmósfera inhóspita, la criminalidad encarnada por el joven afroamericano gotea de su cuerpo gélidamente violentado, hasta desembocar en la rabia del propietario, quien firmemente comienza a golpearlo con un gran fierro. Travis es rescatado de su insospechado arrepentimiento, y el propietario le corre de la tienda aclarando que él se encargará:
Don’t worry about it man. I’ll take care of it. Go ahead. The fifth motherfucker this year!
Tras el eco de los golpes y el escurrimiento de la sangre, se dibuja otra realidad: Existe la gente negra, porque existen las estadísticas de sus crímenes.
3. “Esta ciudad es como una alcantarilla abierta. Apesta a suciedad y escoria”
De la suma de los diálogos del film, Nueva York aparece como el panorama de situaciones aversivamente cotidianas. Casa de una violencia extrema, racial y estructural, que persiste sin dificultades día con día. Los ecos de las sirenas policiales levantan paisajes sonoros entre los suburbios llenos de peligro. Se comienza a simpatizar con el espíritu devorado de Travis y nos rasguñan cada una de esas impresiones desagradables del cúmulo más oscuro de la Fear City. Y sin embargo, nos embriaga.
Nos volvemos fieles adeptos de su transitar, le seguimos de cerca por calles que son más burdeles que banquetas, y vemos a Travis embobarse con una prostituta apenas adolescente, perderse en un utópico deseo de heroísmo para intentar ayudarle a regresar a casa con sus padres. A pesar de que nos sigue resultando increíble la pobreza moral de las decisiones de Travis, no podemos no abrir los ojos ante la amargura de sus tragedias más humanas. Exclamar en ellas esos desamores provocados por enamoramientos fugaces y efímeros, lo mismo que un suicidio, que de pronto nos hacen creer que también nosotros podríamos perder la cabeza en Nueva York.
Finalmente, el olor a escoria de la ciudad envuelve como humareda a Travis, quien termina por matar a tres sujetos envueltos en la red de prostitución que explota a Iris, la adolescente empedernida en otro de los padecimientos nocturnos más evidentes de la Gran Ciudad. La rabia de Travis se conduce hacia este final que materializa los padecimientos de un sujeto extraviado en la multitud. Extraviado respetuosa y tristemente, entre una colectividad ajena.
De cualidades más apetecibles también podría hablarse, a propósito de que Nueva York da para enunciarles interminablemente. Sin embargo, NY es todo los increíbles cachos de mundo que ha criado, real e idealmente, y también puede ser solo la distópica ciudad que ha convertido en héroe a un taxista homicida. Y está bien, la versatilidad nos permite vivirnos insaciables.
Lo que quiero decir es que hace falta hablarse a uno mismo desde la propia omnipresencia emocional, imaginarnos viviendo extraordinarias ciudades desde nuestros atributos más mínimos. Visualizarnos pisándoles con el mismo ánimo con el que recorremos el camino a casa luego de la escuela o el trabajo, para proyectarlas más reales.
A quien no le parezca esto, o no le venga en conveniencia anímica, puede jugar también a ser viajante, ahondar en más de aquellas solo cien maravillas enlistadas y embobarse con el destino como si fuese producto en oferta y de bajas existencias. Adelante a dar sentido a nuestra propia curiosidad, y no sólo desde el cine como el pretexto tomado hoy. Sólo recuerden que, como enuncia Pessoa, el viaje es el viajero y lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos ¿Ustedes quiénes son en Nueva York?