por Mario Sifuentes
El tema es tan vasto que cuando pensé de qué podría escribir las posibilidades fueron de lo más variadas. Si bien no he visitado la ciudad de los rascacielos, esta forma parte de mi acervo de cultura popular, así que la he visto, leído y escuchado lo suficiente como para encontrarme en un problema a la hora de elegir una línea para la escritura de esta nota.
Una de las opciones, de las más importantes en mi registro, era hablar de las Tortugas Ninja. Los mutantes adolescentes vivían en el corazón de Nueva York, sus aventuras se desarrollaban en ese lugar de manera principal y no podría recordar todas las veces que velaron por la seguridad de sus habitantes. Otra posibilidad eran los Cazafantasmas, aquellos nobles científicos que sustituyeron las avemarías y el agua bendita por unos buenos rayos de protones para librar a los neoyorquinos de todo malamén (sic). Ya nada más para completar la tercia heroica, quisiera mencionar al buen Spidey, Peter Benjamin Parker para ser más precisos, el mejor campeón proveniente de la Casa de las Ideas que trepa por todos los edificios más famosos habidos y por haber en territorio que alguna vez fue Nueva Ámsterdam.
Otra vertiente que lucía atractiva era escribir sobre la mala fortuna que tiene la ciudad para ser el foco de ataque de todo tipo de criaturas y desgracias. Un ejemplo sencillo: King Kong subiendo por el Empire State. Otro recuerdo de mi adolescencia es el Godzilla espurio que deambulaba entre sus rascacielos al ritmo de una buena banda sonora noventera, o bien también recuerdo al otro Godzilla más espurio que ni llevaba ese nombre, pero sí su esencia y cuyas acciones quedaron grabadas en un found footage bajo el nombre de Cloverfield. Después y sin tanta personalidad hallamos una miscelánea de alienígenas, criminales, zombis y catástrofes ambientales que han asolado la región.
Al ir barajeando las posibilidades el patrón fue fácil de discernir, los recuerdos del Nueva York donde no he estado, con ejemplos de cada una de los personajes mencionados anteriormente no son de otra materia sino del cine y en mi memoria esa determinada ciudad y ese determinado arte me llevan a otro personaje más sugerente que sus héroes o sus monstruos, me llevan a la figura de Woody Allen.
Ahora bien, si mencionaba que el tema era vasto, hablar de un director con más de medio siglo dedicándose al cine y con más de cincuenta películas en su haber pues también lleva el problema de un hilo conductor. Aunque los menos aficionados a las películas de Allen pueden mencionar que sus películas son prácticamente iguales y que no hay tanta tela de donde cortar, los más entusiastas podrían señalar: 1. Un autor siempre se dedica a la misma obra. 2. Esa obra que quiere contar Allen se ha mostrado bajo diferentes matices, ya bien de comedia, drama, suspenso, fantasía o ciencia ficción.
Sin embargo, lo que nos atañe en este caso es Nueva York y es patente el cariño que le tiene el director a esta ciudad, misma que sirve de marco en gran parte de sus películas. Esa cantidad de apariciones crea un problema en esta breve visita por lo cual me limito a escribir unas líneas sobre tres de sus historias, mismas que explícitamente llevan el nombre de la ciudad o uno de sus barrios en el título, ya que evocando a Borges y Cratilo: “en las letras de «rosa» está la rosa / y todo el Nilo en la palabra «Nilo»”.
De manera cronológica, pero también probablemente la más famosa y favorita con esta particularidad en el título, Manhattan (1979) es una pieza clave en la filmografía de Allen. Con solo su introducción de casi cuatro minutos, tenemos en la pantalla una carta de amor compuesta de una serie de postales del más famoso de los barrios neoyorquinos al ritmo de «Rhapsody in Blue» mientras el narrador nos cuenta “Él adoraba la ciudad de Nueva York, la idolatraba fuera de toda proporción. No, digamos que… la romantizaba fuera de toda proporción”. Esa misma carta de amor nos da un contexto perfecto de la historia en particular, la ciudad entrañable y su protagonista dubitativo.
Manhattan llega después de Interiors (1978) el primer drama de Woody Allen. Es bien sabido (cuarenta años después se vuelve más patente) que Allen deseaba expandir su rango y no ser solo reconocido por sus comedias. En Interiors logró un saldo positivo con la crítica, no así con el público, y es que su película anterior fue Annie Hall (1977) que obtuvo un consenso general más allá de lo satisfactorio. Debido a ello y a que Allen había quedado contento con su experimento y sabía que poco a poco lograría perfeccionarlo, regresará unos años más al terreno familiar de las comedias, aunque con mayores aspiraciones. La fotografía en blanco y negro en Manhattan será uno de los cambios más obvios y relevantes en la película.
La trama clásica en estas películas es la mezcla entre la incertidumbre existencial y un triángulo amoroso o cuadrado amoroso. En las otras obras de las que hablaré será necesaria una mayor explicación del contexto en el que se desarrolla la historia, pero esta se muestra como un lado B de Annie Hall, tal vez si los protagonistas se hubieran conocido cinco años después. Incluso repiten Woody Allen y Diane Keaton como la pareja principal. Pero es el tratamiento de esta trama, los cambios en los protagonistas y la conexión por el distrito al que hace mención el título lo que la hace relevante y más directa que su anterior éxito. En lo personal, la escena en el planetario es uno de mis momentos favoritos en cualquier comedia romántica que haya visto. Para terminar estas breves notas retomo una cita de Allen sobre Manhattan: “Mostré una mirada de la ciudad como me gustaría que fuera y que puede ser, si tomas la precaución de caminar por las calles correctas”.
Pasando a la década de los ochenta, aparece una antología de tres películas de corta duración (no son cortometrajes exactamente) en las que trabajan Francis Ford Coppola, Martin Scorsese y Woody Allen bajo el título de New York Stories (1989). Cada director se encarga de su segmento y son tan diferentes como los estilos propios de sus autores.
Oedipus Wrecks es el nombre que lleva la historia de Allen, de nueva cuenta es una comedia, pero que entra en el terreno de lo fantástico. Con un nombre que hace homenaje a la figura de Edipo, aunque a través del psicoanálisis (elemento recurrente) el director nos hace testigos de la complicada relación del protagonista con su controladora madre, que en cierto sentido se parece al Big Brother ya que por medio de la magia, literalmente permanece en cielo de Nueva York mirando todo lo que su hijo hace y platicando los pormenores de su retoño con todo transeúnte que le presta atención. También aparece el conflicto sentimental, con su musa en esa época, Mia Farrow, y cómo los afecta la atípica condición de la suegra.
En relación a las otras dos obras en la antología, el trabajo de Allen cumple con mostrar el estilo de vida neoyorquino solo que desde un punto más amplio (toda la ciudad es parte de la historia) si lo contrastamos con el ambiente intelectual que desarrolla Scorsese o con el ambiente elitista en el segmento de Coppola. También como elemento recurrente, su herencia judía tiene una gran importancia, al mismo tiempo que es notable este factor en el crisol de culturas que posee Nueva York.
Si bien es obviamente simbólico, el aspecto mágico en Oedipus Wreck lo liga a otras obras en el haber de Allen donde le gusta jugar con la fantasía para expandir las posibilidades en su discurso, obras como A Midsummer Night’s Sex Comedy (1982), The Purple Rose of Cairo (1985) o Alice (1990).
Toca el turno de hablar de Bullets Over Broadway (1994), que no desperdicia el recurso de la aliteración, pero que tampoco podía ser más apropiado en una película que trata de la mafia y el teatro. Es muy especial esta película, en primer lugar porque si bien no actúa Woody Allen, vemos al arquetipo que ha construido durante casi veinticinco años al momento de estrenarse esta película representado por otro actor, más joven y más apropiado para ser el protagonista, en este caso es John Cusack y funciona tan bien este recurso, que luego aparecerán Kenneth Branagh, Jason Biggs, Scarlett Johansson, Owen Wilson o Jesse Eisenberg como los avatares de Allen.
Otra de los aspectos destacables es ser una producción de época, factor que la hace empatar con Love and Death (1975), Zelig (1983) o Radio Days (1987). En este caso el propósito es recrear el Broadway de los años veinte y las desventuras de un dramaturgo que se ve vinculado con una banda criminal, en particular con uno de los matones de la banda que comienza a intervenir en la labor creativa del protagonista. De nueva cuenta hay otro triángulo o cuarteto amoroso y una resolución de la incertidumbre tanto sentimental como existencial del personaje de Cusack.
Bullets Over Broadway es una obra de conflictos amorosos, conflictos entre el autor y su obra, entre el costo personal y pecuniario de los caminos del arte, entre creativos y visiones; y estos conflictos provocan la risa en el espectador y esta sintetiza la importancia y el valor de las películas de Allen (o la comedia en general) ya que como diría el buen Schopenhauer: “La risa nace de la percepción repentina de la incongruencia entre un concepto y los objetos reales que en algún respecto se habían pensado con él, y ella misma es la simple expresión de esa incongruencia”.
Solo me resta decir que esta nota podría crecer con otros títulos como Broadway Danny Rose (1984) o Murder Mistery in Manhattan (1993) o bien la última película de Allen que se estrena en México a finales de noviembre y a quien este texto debe el título: A rainy day in New York (2019).