por Cynthia Y. Aguayo Medina
La delicia y el perfume de mi vida
es el perfume de esas horas
en que encontré y retuve el placer
tal como lo deseaba.
Delicias y perfumes de mi vida,
para mí, que odié
los goces y los amores ritunarios.
K. Kavafis
Desde que tengo memoria los aromas, la moda y el estilo han jugado un rol importante en mi relación con el mundo y con los demás, en mi expresión y personalidad, y a pesar de lo superficial que parezca tal aseveración, para mí entrañan una forma de conducirme por el mundo y habitarlo, de probar mi creatividad y reinventarme. Según Coco Chanel el perfume es el accesorio invisible y definitivo de la moda. Por mi parte, los perfumes más allá de lo accesorio me ceden imágenes con las cuales me trasporto, revisito y contengo espacios, situaciones, personas. Ciertamente, a veces no sé qué llega primero a mí, si el perfume o la persona, el lugar o la situación, o si son intercambiables entre sí, pero su relación siempre está presente.
Al pensar en mi abuela paterna, por ejemplo, acude a mí un antiguo perfume de Estée Lauder, Pleasures, un souvenir que me compró en una de las visitas a su tierra natal, Texas. Cada vez que lo tengo cerca de mí recuerdo a esa niña de 10 años que se sintió fascinada por su primer perfume, me transporto a aquella casa inmensa rodeada de vegetación y veo su cara, sus manos que parecían contener el mismo perfume.
Con mi abuela materna sucede algo similar, ella amaba comprar perfumes miniatura en el duty free, y yo recuerdo escabullirme hasta su habitación para admirar los pequeños frascos, pensar que cuando viajara tanto como ella me compraría algunos para tenerlos de display en mi habitación. Sus favoritos eran los de la diseñadora Carolina Herrera, y para mí abrazarla y olfatearla era una experiencia sensorial que se fundía con su calidez y arropo.
Por mi parte, acogí como ritual comprar un perfume en cada ciudad nueva que habitara para después relacionarlo con el espacio y reconstruirlo. Así, cuando viví en Santiago de Chile, decidí comprar el perfume más representativo de DKNY, una fragancia que con sus acordes te transporta a una metrópolis. Dicho perfume en forma de torre fue inspirado en los emblemáticos rascacielos de Nueva York y evoca a una mujer cosmopolita, energética y elegante. Leí la descripción antes de adquirirlo y lo que me atrajo fue su inspiración en aquel lugar.
Y es que cuando pienso en Nueva York pienso en uno de mis fenómenos sociales favoritos, la moda. Nueva York, la llamada “capital de la moda”, es una ciudad polifacética donde el street style es tan variado como sus habitantes, y donde se celebra dos veces al año uno de los eventos más importantes de la industria de la moda, el Mercedes-Benz Fashion Week. Además, Nueva York ha servido de escenario para una de las series más aclamadas por los amantes de la moda, Sex and the city (1998-2004), sin olvidar la novela de Truman Capote, Breakfast at Tiffany’s (1958) y la adaptación cinematográfica de Blake Edwards bajo el mismo nombre en 1961, protagonizada por el ícono de la moda, Audrey Hepburn. Otra es Manhattan, película dirigida y protagonizada por Woody Allen y Meryl Streep en 1979, esta última posteriormente protagonizaría otra película obligada para la industria, una sátira llamada The Devil Wears Prada (2006).
La moda y Nueva York pues, forman un vínculo indisoluble que se renueva sin cesar como la misma industria. A 21 años de su estreno, la serie Sex and the city continúa como referente y forma parte de nuestra cultura pop, y sin duda el argumento y los temas que trata son interesantes y vigentes, a muchas de nosotras nos despertó ciertas inquietudes y clarificó otras tantas. Mujeres que toman el control y fundan su reino en las calles de Nueva York, mujeres que se apropian de lugares y roles que antes en la pantalla chica no se había visto con tanta libertad, la sexualidad lejos de los tabúes y mostrada explícitamente de estas mujeres que se comen el mundo a su antojo y además lo hacen sobre sus Manolo Blahnik. La serie también exaltaba la sororidad y la complicidad entre amigas, la amistad indisoluble y a prueba de todo, se habló sin tapujos sobre los hombres, sus relaciones y obviamente, el sexo.
Las protagonistas: Carrie, una escritora que se abre paso en la industria, la fashion icon, Miranda (mi favorita), workaholic, una abogada feroz y brillante egresada de Harvard y prototipo de la mujer independiente, de estilo tomboy/minimal, personalidad fuerte y decidida, la socia más joven del bufete de abogados, Charlotte, quien trabaja en una galería de arte y es la más tradicional, y finalmente Samantha, una relaciones públicas voraz, poderosa y cuya sexualidad vive libremente; cada una de ellas posee una personalidad y son muy diferentes entre sí, es por eso que su éxito fue tan grande, porque nos muestra distintas personalidades con las que es fácil identificarse y soñar con ser una de ellas. Si bien la mayoría de las amantes de la serie se identifican con Carrie y desean su guardaropa, su estilo, su personalidad, habría que decir que la protagonista más poderosa y visionaria fue y es actualmente Miranda Hobbes por las razones arriba mencionadas y por marcar la pauta para una mujer que se abre paso en un mundo principalmente masculino, se apropia de él y triunfa, es quien obliga a Carrie a aterrizar, es la voz de la razón.
Sin embargo, no olvidemos que la moda y el estilo juegan un rol importante en esta emisión. La moda definida como un fenómeno social es una expresión más allá de la vestimenta (peinados, accesorios, etc.) que implica el tiempo como elemento de posicionamiento, recordemos que la moda es temporal, y de vez en cuando se revisitan épocas y modas pasadas. Además, la moda dicta lo que está in y lo que está out, en suma regula las elecciones de las personas renovándose cada cierto tiempo y es afectada por los acontecimientos sociales y culturales, así, la moda es cultural, baste para ilustrar el uso de la minifalda y la revolución del momento. En cambio, el estilo es algo puramente individual que se construye con el tiempo, y a diferencia de la moda es duradero, se amolda a la personalidad evolucionando junto con la persona, dado que el estilo se relaciona de forma íntima con la persona e implica una actitud y un modo de conducirse. De esta forma en Sex and the city se aúnan estos dos conceptos, las protagonistas tienen un estilo propio que refleja de cierta forma su carácter y siguen la moda del momento cuando no la dictan, como Carrie.
Hay que recalcar que cualquier persona puede estar a la moda y seguirla sin problemas. El fenómeno del fast fashion o la moda rápida cuando no desechable se renueva cada casi cada dos meses, crea necesidades falsas a los consumidores y con ella se generan miles de toneladas de basura al año, es un círculo alimentado por los bajos costos y la necesidad/obsesión de estar actualizado. El estilo, al contrario, no está a la venta, el estilo es apropiación, habla por uno mismo y expresa nuestra personalidad.
En un mundo donde la tendencia consumista no para, donde el fast fashion está ligado al deterioro ambiental y a la explotación de los obreros, principalmente mujeres y menores de edad que trabajan en condiciones inhumanas, donde nos vendieron la idea de desear ser una Carrie para tomar cosmopolitan en algún rooftop de Nueva York sin preocuparnos por el alquiler y derrochar el salario en ropa de diseñador, se vuelve necesario apelar a Miranda Hobbes, regresar a ella y a su lectura como ícono actual un tanto feminista. Miranda, olvidada por muchos e ignorada por la mayoría, la mujer que en mi opinión tiene más peso en toda la serie. Miranda, cuyo personaje es interpretado por la actriz Cynthia Nixon, no se aleja mucho de su figura en la serie ya que ésta aspiró a la gubernatura de Nueva York en 2018. De haber ganado hubiera sido la primer mujer en el cargo y la primera persona abiertamente homosexual. “Vivimos en el estado con más desigualdad de todo el país, donde hay una riqueza increíble y una pobreza extrema”, dijo en el vídeo de lanzamiento de su candidatura. ¿No es esta una aseveración actual y aplicable mundialmente? Yo abogo por un mundo con más Mirandas y menos Carries, por un mundo donde la moda se vuelva sustentable, slow fashion; por un mundo en que los aromas sean estandartes, pretextos y puertas para entrar y salir, volver y quedarse, túneles para perderse, caminos para llegar, abogo por un mundo en que el estilo perdure.