Las “Lecciones de cosas” fueron parte del currículo escolar a finales del siglo xix y a principios del xx. Con ellas se pretendía proveer a los estudiantes un aprendizaje que partiera, en la medida de lo posible, de la experiencia directa. De esta manera, la intuición quedó integrada oficialmente a la pedagogía: ya no se trataba de adquirir conocimientos sino de descubrirlos. Se pretendía emular así en el aula lo que, de hecho, habían realizado los grandes hombres y mujeres del pasado (escritores, científicos, pensadores): lo primero era observar, ya después habría tiempo de hablar de ello, de escribir sobre lo observado.
Las Lecciones de cosas de Sofía Ramírez también parten de la observación directa, sólo que su mundo está hecho de libros, de palabras, de momentos de felicidad con los amigos, con la familia, con las lecturas, con la escritura.
Su voz se antoja una rareza para esta época. Con una cadencia sin prisas, la autora va visitando los rincones de su memoria, de su experiencia y de su biblioteca. Nunca va sola, y a nosotros, últimos invitados al convite, no nos queda más alternativa que dejarnos llevar tomados de la mano. El viaje es paciente y amoroso, como un paseo dominical a pie por un jardín que esconde entre su maleza, detrás de sus deslumbrantes flores, pequeños portentos. De la vida a los libros y de los libros a la vida, ¿acaso hay otra manera de andar por el mundo?, nos preguntamos junto con ella, quizá con una sonrisa leve que asoma en nuestro rostro, quizá un poco más sabios, un poco más felices.